Al día siguiente, apenas se despertó Xenia, olfateó el olor a la comida.
Para que participara en el evento en perfecto estado, casi no comió nada anoche.
Pensando que era su ilusión olfateando el olor a la comida por el hambre, vio la ventana y descubrió que Bernabé desapareció.
Sorprendida, se cambió de ropa y bajó al primer piso.
Vio en seguida los platos en la mesa, y pensó, “¿Ha vuelto Naomí?”
Sin embargo, cuando entró en la cocina, vio a Bernabé encima de un asiento de alta altura, esforzándose por alcanzar los utensilios del estante.
No se le acercó hasta que consiguió Bernabé lo que quería del estante, y le reprochó, -¿Qué estás haciendo?-
Escuchando su voz inesperada, se quedó sorprendido y contestó con los ojos inocentes, -Estoy cocinando, Mamá.-
-¿Cuando aprendiste a cocinar? ¿Sabes lo peligro que te encuentras encima de un asiento de alta altura?-
Viéndolo alcanzar lo alto encima de un asiento, estaba tan preocupada que ni siquiera pudo respirar.
-Mamá, no te preocupes. No me caeré.-
Luego puso los platos en la mesa y la llamó, -Ven, Mamá, desayunamos.-
Se quedó inmóvil de furia.
Se le acercó y agarró su mano pidiéndole perdón, pero Xenia no se movió ni un paso. Entonces tuvo que repetir perdón, -Mamá, no te enfades, la próxima vez no estaré en un lugar tan alto.-
-¿La próxima vez?- lo interrogó.
Contestó en seguida, -No volveré a hacerlo. Ven, Mamá, prueba los platos que te hice.-
Escuchando sus palabras, se ablandó.
“Son platos especialmente hechos para mí, claro que voy a probarlos.” Pensó Xenia.
Luego se sentaron los dos a la mesa.
Era en realidad, un simple desayuno, con huevos fritos, pan recién horneado y leche de soja.
Probó el huevo y encontró que era bien cocinado, muy delicioso.
Miró a su hijo con sorpresa, y Bernabé le preguntó ansioso, -¿Qué te parece? Mamá.-
Viendo sus ojos llenos de esperanzas, lo elogió con satisfacción, -Mejor que me imaginaba.-
-Gracias, Mamá. Si te gusta, come más. Y te puedo cocinar todos los días.-
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