Sosteniendo un plato de frutos en la mano, Bernabé se mantuvo allí inmóvil, con la seriedad en los ojos.
Era casi una copia de Simón.
Viéndolo, Simón se quedó aturdido.
Y lo estaba también Bernabé, en cuyos ojos oscuros y puros se notaba la visible confusión.
Pero no tardó mucho en recuperar la conciencia, y se le acercó.
Cada paso suyo era tan pesado como si le pisara en la punta de su corazón.
Ni se dio cuenta de que estaba temblando de estupor.
Con Bernabé en su frente, Simón estaba totalmente pálido.
“¡Qué inútil es mi padre!” pensó Bernabé, “Un simple encuentro le hace perder ya su alma.”
Bernabé puso las frutas encima de la mesa, y le pasó a Simón un pedazo de manzana.
-¿Quieres comerlo?- con un rostro inocente, le preguntó.
Agachándose, Simón acarició su rostro blando y tierno, -Tú…-
“¿Por qué nos parecemos tanto?” pensó Simón.
Sus nervios desaparecieron en cuanto lo tuvo cerca, y en este momento estaba pensando lo increíble que era la función genética.
-Bernabé.-
Xenia bajó a las escaleras lo más rápido posible y los sorprendió juntos.
En este momento, Bernabé estaba comiendo manzana, y Simón por su parte, tembló con la mano suspendida en el aire para acariciarle.
“¿Se han visto los dos? Y ahora, ¿qué debo hacer?” pensó Xenia, con un rostro pálido.
Mientras Naomí estaba aún más pálida como si hubiera presenciado algo terrible.
Viendo que Xenia estaba aturdida, inmóvil ahí, Naomí la apartó para otro lugar.
-Naomí, yo…- Xenia agarró su abrazo, confusa.
-Sé que estás nerviosa, lo mejor es que no te metas a ellos.- Naomí le dijo en voz baja, -Además, Bernabé es bien listo para esta cosa. Vamos arriba.-
Con mucha emoción complicada en su corazón, Xenia estaba confusa y nada le tranquilizó.
-Vamos.- Naomí tuvo que empujarla para el segundo piso, y la sala se volvió silenciosa.
Con un momento de silencio, Simón retiró su mano y abrió la boca, -¿Te, te llamas Bernabé?- Se dio cuenta de su nervio en las palabras.
-Sí.- Lo miró con un guiño.
Cada movimiento que hizo Bernabé, le provocó algo inquietante.
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