El rostro de Cecil seguía indiferente, cuando respondió: "Siéntate".
"Gracias", respondió ella, de manera obediente.
Al notar que la cuchara con la que ella había comido antes seguía en la mano del hombre, la chica la tomó para explicar, con timidez: "Ya comí con esto, así que, la seguiré usando para no ensuciar otra...".
Viendo el comportamiento de la mujer, los sirvientes quedaron estupefactos.
Estando felizmente inconsciente de aquellas miradas, que no dejaban de juzgarla, Linda se sentó en el otro extremo de la mesa para comenzar a comer. Sin embargo, se le complicaba un poco hacerlo sola, debido al dolor que sentía en sus manos.
Por lo que, pese a estar hambrienta, no le quedaba más remedio que comer a paso lento.
El magnate simplemente la miró, en completo silencio, para después pedirle a uno de los sirvientes que le llevara los cubiertos de repuesto. Entonces, él comenzó a comer.
Al terminar, la recién casada se puso de pie, y dijo: "Déjame lavar los platos".
En ese momento, el hombre la miró con el ceño fruncido, e inquirió: "¿No te duelen las manos?". "Sí, me duelen pero, de no lavar los platos, tendré que ocuparme de otras tareas que podrían ser más difíciles para mí, debido a mi condición", explicó ella.
El magnate, simplemente, resopló, lo que dejó a la chica paralizada.
Pues, no tenía idea de si debía hacerlo o no.
Por suerte, él habló de nuevo, al instante: "Ya que se le han otorgado a tu familia dos días, deberías descansar por ahora, y recuperarte. Al tercer día, yo mismo te llevaré de regreso a tu casa. Entonces, tu destino será decidido por el hecho de si Leona aparece rente a mí o no".
Tras escucharlo, la chica se mordió el labio, pues, se sentía confundida acerca de lo que podría esperarse.
'¿Acaso eso significa que debo tener la esperanza de que Leona regrese? ¿O no?¹, pensó ella.
La recién casada, simplemente, le lanzó una mirada furtiva al hombre, cuyo rostro era inflexible y sin expresión alguna.
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