Para entender a Giulia había que entender la historia de su familia. Amira, su madre, había sido la primera esposa del rey Abdel Nhasir, desechada como si no fuera nada por el mismísimo rey y dada por muerta. De aquella unión había nacido su hermano mayor, Karim, y por suerte Amira había logrado encontrar luego al amor de su vida: Cristiano Rossi, y juntos habían tenido a Giulia.
Karim y Giulia se habían criado como hijos de Cristiano Rossi, pero la cabeza de Karim tenía precio en Arabia porque era el legítimo heredero al trono.
En lugar de eso el rey Abdel había vuelto a casarse y su heredero reconocido era el príncipe Hasan. Así que Giulia sabía muy bien que su hermano vivía en constante peligro, y que tanto el rey como su heredero lo querían muerto.
Sobra decir que Amira Rossi no era una mansa paloma. Los golpes de la vida la habían llevado a convertirse en La Ejecutora del Conte y la Mamma de la ´Ndrangheta, lo más puro y leal de la mafia calabresa italiana. Por este motivo Karim y Giulia habían crecido rodeados de protección, pero también habían sido educados y entrenados para sobrevivir.
Desde muy jóvenes los hermanos habían sido la fuerza de protección del futuro Conte de la ´Ndrangheta, así que a sus veinte años, si alguien sabía cómo matar, era ella.
Si era honesta tenía que reconocer que en ningún momento había planeado acercarse al príncipe de aquella forma. Pero matarlo para que dejara de ser una amenaza para su hermano era algo que había tenido en la cabeza desde hacía tiempo.
Así que ahora tenía la oportunidad, estaba allí, frente a él, sustituyendo a Rania en esa especie de asqueroso castigo en que aquel cerdo iba a violarla para “deshonrar” a su padre, y sus ojos detrás de aquel velo pasearon por cada músculo de su cuerpo.
“¡Maldición! ¿No podía ser más feo?” rezongó mentalmente porque aunque su atención estaba en encontrar puntos débiles, no podía evitar que su boca se secara viendo cada músculo tenso y perfecto de aquel hombre.
Era peligroso. Y era peligroso para ella. Un cuerpo como aquel no se conseguía levantando pesas. Un cuerpo como ese se hacía peleando, peleando en serio y las numerosas cicatrices que tenía en su torso lo demostraban.
—Quítate la ropa —fueron las únicas palabras, hoscas y bajas, de Hasan, y Giulia se estremeció ante aquel tono profundo.
Podía resistirse, pero sabía muy bien que un ataque frontal no era la manera de someter a aquel hombre. Se abrió despacio el vestido mientras él se soltaba los enormes brazaletes de metal que le protegían los antebrazos y ni siquiera se molestó en mirarla.
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