A Karim le tomó una fracción de segundo lanzarse de aquella cama, con el corazón acelerado y mirando a Rose, que parecía a punto de echarse a llorar en su pijama de animalitos.
—¿Qué tienes, nena, qué te sientes? Háblame... —le pidió mientras rodeaba su cara con las manos, desesperado.
La respuesta de la muchacha fue levantar la playera del pijama y Karim vio que su vientre estaba lleno de ronchas rojas que se iban oscureciendo.
—Me pica mucho... —jadeó ella asustada— ...y no empieza ahí...
Karim pasó saliva y asintió.
—OK, nena, tranquila, déjame ver dónde empieza, ¿sí? ¿Sí me dejas ver?
Rose asintió y él metió el índice entre el elástico del pantalón del pijama y su piel y estiró la tela para ver que las manchas rojas bajaban hasta su pubis. En un segundo se hizo una idea bastante clara de dónde empezaban y respiró profundo.
—No le puedo enseñar esto a mi mamá, Karim, me muero de la pena...
—No pasa nada, ya lo vamos a arreglar, nena ¿si? Dame solo un minuto —susurró él dándole un beso suave en los labios y literalmente no le tomó más de un minuto cambiarse de ropa, ponerse los primeros zapatos que encontró, y alcanzar las llaves de su coche, que puso en manos de Rose—. Eso, tú llevas las llaves y yo llevo a la princesita, ven acá.
La levantó en brazos sin que ella hiciera un solo movimiento para oponerse y la sacó de la casa en el mayor silencio. La acomodó en el asiento del copiloto de su auto, ajustándole el cinturón mientras le aseguraba que todo estaría bien, y después de cruzar la verja de la mansión Moe, le metió el pie al acelerador de aquel coche como si su propia vida dependiera de eso.
Tardaron menos de quince minutos en llegar al hospital de especialidades más cercano, y en todo ese tiempo la mano del árabe no se despegó de la de Rose ni un minuto. Aparcó por la entrada de emergencias y ya había una camilla afuera con un par de enfermeros esperándolos.
Un instante después la acomodaban en un cubículo privado y uno de los médicos a cargo llegaba a revisarla. Bastó que le subiera la playera para darse cuenta de lo que estaba pasando.
—¿El nombre de la paciente? —preguntó de inmediato anotando en su tablilla.
—Amira Rossi —sentenció Karim con tono severo—. Es italiana, ya dejé una tarjeta abierta en la recepción para cubrir todos los gastos.
—Bien —apuntó el médico—. Parece que tiene una alergia fuerte, tendremos que hacerle una revisión completa, le pido por favor que nos deje sol...
—Necesita una ginecóloga, mujer, si es alergia no es de comida, créame, y no la va a revisar un hombre —replicó Karim con tono severo y el doctor arrugó el ceño con molestia.
—¿Sí entiende que yo soy médico, verdad, hice un juramento de no lastimar a ningún paciente, cómo puede creer que...?
—¡Como si juraste por la túnica de Cristo y te invistió el Santo Papa en persona! —gruñó Karim sin soltar la mano de Rose—. Mi mujer ya está pasando por un momento muy incómodo, no necesita pasar por un malestar adicional. Tienes cinco minutos para conseguir una ginecóloga mujer que venga a verla.
—Pero...
—¡Cuatro con cincuenta y siete...! ¡Te estás tardando!
La voz de Karim se había vuelto hosca y demandante en un segundo, y si algo supo identificar el médico fue la capacidad de violencia en aquel hombre. No importaba lo educado que pareciera, su tono era el de quien sabe cómo desaparecer a una persona sin dejar rastro, y esa era autoridad que él particularmente no estaba dispuesto a retar.
Salió de allí apurado y no le tomó más de tres minutos volver con una mujer mayor y de expresión comprensiva.
—Señor Rossi. ¿Me da un momento para revisar a su esposa? —le pidió la mujer con amabilidad y Karim miró a Rose, como esperando aquel gesto de asentimiento antes de consentir en dejarla sola.
Salió del pequeño cubículo y casi hizo un sendero en los dos metros frente a él de lo nervioso que estaba. Era simplemente insoportable saber que ella estaba mal o que algo le había pasado por su culpa. El corazón le latía, arrítmico y asustado, y cuando la doctora volvió a salir corrió hacia ella.
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