Fue un impacto, eso era innegable. Llegar a aquella aldea al día siguiente, un pequeño reguero de casitas con no más de cincuenta personas y ver las manadas de cientos de caballos alrededor era un espectáculo digno de ver.
—Jamás había visto algo tan hermoso —murmuró mientras frente a ellos los niños de nueve o diez años azuzaban a las manadas para separarlas o unirlas.
—Yo sí —replicó Hasan mirándola de reojo y sonriendo para sus adentros—. Esta es la aldea donde nació Malika —le contó—. La mayoría de los caballos que salen de aquí son de exhibición, son tan salvajes que no toleran la silla, pero también son los más hermosos.
Giulia lo miró con picardía mientras se bajaban de la camioneta, y después de las presentaciones y la comida formal y amena con los ancianos, la muchacha se escabulló hasta la caravana de Malika.
—Vamos a hacer un trato tú y yo —murmuró sacando a la yegua de su transporte—. Voy a dejarte aquí por un rato, así que ve a pasear con tus amigos, pórtate mal, no dejes evidencias y niégalo todo. ¿De acuerdo? —le dijo besándole la cabeza antes de sacarle las bridas y el bocado—. Y no le digas a nadie que fui yo la que te soltó.
Le dio una palmada en el lomo y un segundo después la yegua dejaba escapar un suave relincho y se perdía en la espiral de carreras de la manada.
—Pues eso va a estar un poco difícil —resonó una voz a sus espaldas y Giulia ni siquiera se sobresaltó cuando Hasan se acercó a ella—. Porque acabo de ver con estos ojitos cómo liberabas a mi yegua sin mi permiso.
—Todo lo que hay en tu palacio es mío para ser usado —respondió ella con las propias palabras de Hasan y él levantó un índice acusador en su dirección.
—Eres una tramposa —suspiró para luego envolverla en un abrazo—. Bueno, Malika jamás fue realmente mía, así que supongo que tendré que conformarme con extrañarla.
—Solo la dejaremos hasta el final del recorrido, regresaremos por ella, pero mientras tanto déjala que vuelva a su libertad —le sonrió Giulia—. Y no te preocupes. Las chicas siempre regresamos de una forma u otra con los chicos que amamos.
Y quizás ese era el problema: que Hasan no tenía ni idea de qué sentía ella o si era por él; pero a lo largo de aquel recorrido, la inteligencia, la fuerza y la bondad de Giulia Rossi habían despertado en él sentimientos que creía perfectamente controlados.
El rey Nhasir podía tener cuatro esposas y Hasan no se había decidido ni siquiera por la primera, esa era la razón por la que el parlamento lo atosigaba tanto. Y parecía una mala broma del destino que la única mujer que parecía a la altura de una reina, a pesar de llevar sangre árabe, no se había criado en la fe musulmana y difícilmente aceptaría el sacrificio que una reina de arabia debía hacer, en especial el de compartirlo con otras tres mujeres.
Y aun así no podía desprenderse de aquel sentimiento que le revolvía todos los dragones en el estómago. Todo en él vibraba de una forma extraña cuando estaba cerca de ella, y por más que quisiera olvidarlo, cada sonrisa suya le aceleraba el corazón.
—¿Quieres ver algo impresionante?
—¿Para lo que tengo que estar fuerte? —recordó ella.
—Eso mismo.
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