Era difícil no darse cuenta de que aquella mujer no era perfecta. Era testaruda, contestona; a veces la dulzura se le iba como si fuera vapor en el desierto, y aun así seguía siendo perfecta para él.
Hasan ni siquiera lograba explicarlo; quizás fueran simplemente aquellos sentimientos que no se iban. Sabía que Giulia no esperaba nada de él, y sin embargo, cada vez que la veía sumergirse en aquel proyecto, dar órdenes, pedir ayuda o resolver problemas, no podía evitar que aquellos sentimientos siguieran creciendo dentro de él.
Era más que desearla; era mucho más que eso.
Era buscarla con desesperación cuando nadie los veía, era arrastrarla hacia alguna solitaria carpa para poder besarla cuando sentía que ya no podía respirar sin su boca. Era colarse en la pequeña casa o en alguna tienda que hubieran puesto para ella y cubrir su boca solo para ahogar aquellos gemidos mientras le hacía el amor como un poseso cada madrugada.
Giulia Rossi cada día se convertía en algo más para él, algo más importante. El problema era que ella tenía razón: su pueblo jamás aceptaría a una occidental como reina, por más sangre árabe que llevara en las venas, porque para empezar tampoco compartía sus tradiciones o su religión.
Intentó mantenerse objetivo en los días que siguieron; porque en aquel proyecto había mucho por hacer, pero era como si cada fibra de su cuerpo reclamara a aquella mujer.
Ya se habían hecho las llamadas pertinentes para que los primeros ingenieros comenzaran a moverse tras ellos. Cada aldea que abandonaban recibía luego a los equipos de perforación, y aunque ellos mismos no estuvieran ahí para verlos, sabía que había muchas personas felices de poder contar con agua a su disposición.
Sin embargo, ninguno de los dos había esperado que casi dos semanas después, cuando se disponían a regresar, en lugar de personas celebrando su nuevo pozo de agua, se encontraran con una aldea completamente devastada.
El corazón de Giulia dio un vuelco cuando vio las enormes columnas de humo en la distancia y a una orden de Hasan la caravana aceleró, acercándose de inmediato. Era todavía más doloroso porque habían conocido a aquellas personas; y aunque por suerte solo había heridos y no habían tenido que enterrar a nadie; el pobre caserío estaba completamente en ruinas, quemado y devastado.
Giulia miró a Hasan, que se bajó de la camioneta y miró aquel desastre con un gesto de rabia y frustración.
—¿Quién hizo esto? —preguntó él acercándose a uno de los ancianos, que estaba sentado junto a las máquinas también destruidas—. ¡Dime quién hizo esto! -demandó, aunque para ser honesto ya estaba bastante seguro de quiénes habían sido los responsables.
—Vinieron hace tres noches... —le explicó el anciano—. Les dijimos que era agua, les dijimos de todas las formas posibles que esto solo era para sacar un poco de agua. Pero...
—¿Pero qué? ¿Qué fue lo que pasó?
—Dijeron que otra vez el rey quería hacer pozos de petróleo, dijeron que nos iban a quitar nuestras tierras, y que si ayudábamos a los trabajadores nos iban a matar. Quemaron todo… no nos dejaron nada…
Giulia se arrodilló a su lado y tomó la mano del pobre anciano, cansado y tembloroso.
—¿Y qué pasó con los trabajadores? ¿Dónde están? —preguntó con suavidad tratando de camuflar aquella impotencia que sentía.
—Los golpearon y se los llevaron —les contó el anciano—. Dijeron que se los llevarían a la capital, para devolvérselos al rey, porque no puede venir a quedarse de nuevo con la riqueza de estas tierras.
Hasan se levantó con un gruñido de frustración y les dio la espalda porque no quería que vieran aquella expresión asesina en su mirada.
—¡Dime quiénes hicieron esto! —fueron sus últimas palabras y Giulia vio al pobre hombre frente a ella apretar los labios con un gesto de tristeza.
—Yusuf. Yusuf Al-Amir.
—El nuevo líder de las Doce Tribus —comprendió Hasan y respiró profundamente para darse calma.
Aquel pueblito estaba completamente destruido y lo peor era que estaba seguro de que en todo su camino de regreso a la capital encontraría la misma situación por cada lugar que pasara.
Los territorios de las Doce Tribus habían sido respetados, una parte considerable de las ganancias por la explotación petrolera que su padre había impuesto en sus tierras se les había entregado a sus legítimos dueños, pero por más que el nuevo rey tratara de mantener la paz, se daba cuenta ahora de que no existía un " por las buenas" cuando se trataba de la gente de las Doce Tribus.
—¿Sabes qué es lo peor? Que yo mismo les di los recursos para hacer esto —murmuró Hasan con tristeza mientras dejaba a Giulia frente a su habitación de regreso en el palacio, y la muchacha apretó su mano con un gesto de consuelo.
—Ni siquiera lo digas, no es justo, solo tratabas de hacer algo bueno —replicó.
—Es cierto, trataba de hacer justicia —suspiró Hasan—. Trataba de hacer justicia donde mi padre impuso la violencia. Trataba de devolver la riqueza y la prosperidad a las Doce Tribus, y mira para qué la están usando. Esto es lo que recibo. Podrían estar felices y tranquilos construyendo la mayor ciudad de Arabia, y en lugar de eso están atacando a pobres poblaciones, ¿por qué? ¿Por qué no les alcanza con ser millonarios? ¿Qué más pueden querer?
—Poder —murmuró Giulia.
—Así es, poder. Pero aparte de mi trono, no sé qué otra maldit@ cosa podría darles para evitar la guerra —sentenció él y la acercó una sola vez para besar su frente, antes de darse la vuelta y dirigirse a su despacho donde ya Karin lo estaba esperando.
Y mientras lo veía alejarse Giulia no podía dejar de pensar en que así, pagando la bondad con agresión, era como los pueblos convertían a los buenos reyes en tiranos.
—¿Giulia? —fueron las primeras palabras de su hermano mientras le daba un abrazo que Hasan devolvió con afecto.
—Ella está bien, está a salvo —respondió.
—Muy bien, ahora vamos a hablar de este desastre —refunfuñó Karim—. ¡Me voy unas semanas y esto se descontrola!
Sin embargo, ninguno de los dos podía realmente imaginar hasta qué punto iba a descontrolarse todo aquello.

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