—Por favor... no... no me toques...
No lloraba, pero había un temblor en su voz que le revolvía el estómago a Alan. No necesitaba mucho más para darse cuenta de que algo le había pasado a Mar y su corazón tocó fondo solo de imaginar de qué podía ser aquella cicatriz.
Médicos sin Fronteras lo había llevado a enfrentar miles de casos complejos y tristes, así que sabía reconocer muy bien los síntomas de agresión cuando los veía. Ayudarla de la forma tradicional no era una opción, así que levantó sus manos a la altura del pecho donde ella pudiera verlas.
—Mar, mira mis manos —dijo moviendo sus dedos—. Están aquí, linda, mira mis manos, ¿ves? no te voy a tocar, ¿OK? Todo está bien. Mírame... eso... Vamos a respirar despacito y desde allá me vas a decir qué te duele ¿de acuerdo? ¿Sí?
Le hablaba como si tuviera la edad de Michael, pero Alan tenía habilidad para calmar a cualquier niño asustado, con ella no podía ser diferente.
—Solo quiero ayudarte, linda, pero necesito que me digas cómo te duele, ¿sí? ¿Te duele la piel, o te duele dentro, como algún hueso?
Mar retrocedió aún más, encogida contra la pared, temblando como una hoja, pero finalmente despegó los labios.
—La piel, solo es la piel —susurró.
—De acuerdo, eso es bueno. Ahora ¿Estás sangrando? ¿Te cortaste o solo te raspaste?
Desde su ángulo se había visto feo así que necesitaba asegurarse. Mar apretó los labios pero bajó los ojos y se levantó la camisa.
—Solo un poco, solo... solo me raspé... pero me lastimé una cicatriz...
—OK, OK, entonces es normal —aseguró él acercándose muy lentamente, sin movimientos bruscos—. ¿Qué tan vieja es esa cicatriz? ¿Más de un año...? ¿Menos? ¿Menos de seis meses...? ¿Menos de cuatro?
La vio asentir y arrugó el ceño. Ya debía estar bien cerrada para ese momento a menos que se hubiera hecho un queloide.
—¿Cómo te la hiciste bonita? ¿Fue una operación? ¿Un accidente? —Si era una herida mal cuidada quizás hubiera otros efectos más graves. Pero ella no parecía tener intención de contestar—. Linda, necesito que me digas para asegurarme de que no es nada grave —insistió, sin embargo lo único que pudo leer en la expresión de la muchacha fue una vergüenza que probablemente no tendría nada que ver con ella.
Mar intentó respirar profundo. No solía tener ataques de pánico muy seguido, pero se sentía demasiado agotada y esa determinación con la que normalmente solía autocontrolarse muy bien, estaba cediendo.
—Mar, ¡Mar! Todo está bien, ¿de acuerdo? Mírame, voy a buscar algo con qué curarte ese rasponcito —dijo él retrocediendo. Buscó un kit de curación en uno de los armarios, y preparó una gasa sobre una pinza para dejar su mano a unos respetables quince centímetros—. También puedo cantarte "rasponcito vete ya", tengo una entonación perfecta, soy soprano... —murmuró él mirándola de reojo y la vio sonreír con cansancio, mientras comenzaba a relajarse poco a poco.
Alan caminó hasta ella despacio y se agachó con la pinza en su mano, para que viera cada uno de sus movimientos de forma clara y tranquila.
—¿Puedes subir tu camisa un poquito? —le pidió y ella gruñó al sentir cómo limpiaba y desinfectaba la herida—. Y ahora un poquito... no, mucha crema anestésica y estarás como nueva.
Para cuando terminó Mar ya respiraba con normalidad y la palidez había desaparecido bastante.
—Te haré una receta para esto. Hoy nos vamos temprano, ya hablé con Wayland así que ve por tu bolso y en unos minutos paso por ti, ¿de acuerdo?
Mar asintió y una hora después ya estaban todos en casa. El silencio se extendía entre ellos, pero por suerte Michael estaba emocionado con los trenecitos así que enseguida todos se animaron para seguirle el juego.
Mar comenzó esa misma noche a ordenar su cocina para el día siguiente y aunque Michael durmió mucho mejor esa noche, ella no lo hizo. Alan podía notar que estaba más agitada, sus movimientos eran cortos y bruscos y se sobresaltaba con facilidad.
Al día siguiente, estaba aún más inquieta. Se afanó con la elaboración de la cena para que todo quedara perfecto y no lo dejó poner un solo pie en la cocina aunque era obvio que a él se le estaba saliendo la baba.
Todo marchaba sobre ruedas, aparentemente, hasta que Alan recibió su traje de la tintorería, y ella se detuvo un instante al verlo.
—¿Qué, qué tiene? —preguntó Alan por si había visto algo sucio o mal en él.
—Es que... no creí que fuera como de gala. Yo no... creo que no tengo nada tan apropiado —murmuró.
—¡Ah! ¡Ni siquiera te preocupes por eso! Ya lo tengo cubierto —dijo él haciéndole un guiño—. Ya llamé a una amiga diseñadora y a las tres estará aquí.
Mar abrió mucho los ojos porque eso sí no se lo esperaba, pero no pudo evitar el puchero cuando vio a aquella mujer entrar empujando no solo una percha grande sino también una llena de trajecitos y ropa de niño.
—¿Dónde están los dueños del castillo? —preguntó Valeria haciendo una entrada dramática, y cuando Alan salió a abrazarla ella levantó un dedo de advertencia—. ¡Tú no! ¡Tú ya no mandas en el castillo! La reina ¿dónde está la reina?
Mar tuvo que reírse porque Valeria Davies era una persona muy agradable y enseguida la estaba saludando como si la hubiera conocido de toda la vida.
—Bien, tú fuera fuera. Ahora vamos a trabajar con Mar —le dijo ella a Alan después de unos minutos y el médico se apresuró a irse con Michael.
Valeria fue descubriendo los vestidos que había traído y Mar sintió que estaba en un cuento de hadas. Los trajes eran hermosos, con cierres de perlas blancas y tejidos ligeros
—Eso, yo soy tu hada madrina, ahora a probarte el primero.
Mar miró aquel vestido con un hermoso escote en la espalda, pero negó.
—¿Tienes... quizás algo más cubierto?
—¿Más cubierto? Linda, tienes un cuerpo fantástico, no debe darte vergüenza lucirlo.
—¿Eh? ¿Tra... trabajo? —murmuró Mar.
—Pues sí, no paga mucho, pero te quedas todos los artículos de prueba. ¿Te interesa?
Mar ni siquiera sabía cómo reaccionar.
—Este... Claro, supongo que sí. ¡Claro! —exclamó emocionada y Valeria aplaudió.
—Bueno... ahora que lo pienso, ¿podrías ayudarme tú también? —preguntó—. Ojalá no parezca ni racista ni lesbiana diciendo esto, pero es que traseros como el tuyo no se ven todos los días y me está costando mucho integrarme al mercado latino.
Mar soltó una carcajada sincera.
—¡Por las tallas! —comprendió.
—¿Ves? ¡Tú sí entiendes! ¡Por las tallas! ¡Los pantalones son el infierno de la elaboración! —rio sacando su tarjeta y entregándosela—. Por favor ayúdame, una Modelo de Prueba como tú sería mi paraíso.
Mar estaba realmente agradecida, y en parte era como algo nuevo y lindo que conseguía entusiasmarla.
—Entonces sí, claro que sí, seremos tus nuevos modelos de prueba —accedió y se ganó un abrazo de la que muy pronto se convertiría en una de sus mejores amigas.
—¡Perfecto, dile a Alan que te lleve a mi estudio y empezamos cuanto antes! —se emocionó Valeria y poco después se despidió.
Alan la acompañó hasta su coche mientras le agradecía por la ayuda y todo lo demás.
—¿Se lo creyó? —preguntó cuando estuvieron lo suficientemente lejos.
—¿Cuándo no he sido convincente? —replicó Valeria con una sonrisa—. Aunque te soy honesta, me hace muy feliz, esta es gente a la que vale la pena ayudar. No la cagues con ella, Alan; Mar es una buena mujer, pero presiento que es de las que ya no tiene segundas oportunidades para dar. ¿Me explico?
Alan asintió metiendo las manos en sus bolsillos.
—Alto y claro.
—¡Ah, otra cosa! ¿Has podido hablar con Kali? Estaba desesperada tratando de localizarte hace un par de meses.

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