No era broma, Mitch podía ser peor, mucho peor, pero no lo había sabido hasta el momento en que Grace se había desmayado en sus brazos en aquel auto volcado. Después todo había sido angustia y espera, y cada una había alimentado aquella voluntad de retribuir cada herida y cada lágrima que había recibido su muñequita.
Por suerte o por desgracia, de la impulsividad de su padre biológico no había sacado, nada, en lugar de eso prefirió tomarse todo un día hasta poder a Gerson Cassidy a mano sin necesidad de exponerse. Y ahora lo tenía allí, atado a una silla en un lugar abandonado lejos de la ciudad.
Y aunque nadie nunca le había enseñado cómo, a medida que las palabras salían de su boca, podía notar que realmente tenía habilidad para causar verdadero terror.
Mitch colocó aquella radiografía contra una lámpara de luz blanca junto frente a Gerson, dejando que viera todo lo que había provocado y el jefe de policía arrugó el ceño sin comprender lo que estaba observando. Sus ojos se posaron en Mitch y lo vio esbozar una sonrisa siniestra.
—Eso es lo que le hiciste hoy —le dijo él—. Es todo lo que le hiciste a mi muñequita.
Cada fractura estaba en aquella radiografía y Mitch había marcado también la dimensión de cada herida.
—Tu problema sigue siendo el mismo: eres un estúpido novato —susurró Mitch inclinándose hacia él. Había algo inhumanamente calmado en su voz—. ¿Crees que así pueden tratar con la mafia búlgara, amenazando, atentando contra la vida de los que quieren...? ¡No sé si eres imbécil o solo... muy imbécil! —suspiró porque realmente la gente como él hacía peor el mundo—. En fin, la cuestión es esta: ya no me importa si me crees o no cuando te digo que no soy del clan Drakon, pero ahora tocaste a la persona equivocada, así que esto se volvió algo terriblemente personal.
Mitch se puso los guantes con parsimonia, viendo al hombre frente a él temblar de miedo, luego alzó una mano y extrajo una barra de hierro de uno de los cajones. Era gruesa, corta y pesada. La empuñó con ambas manos, y su sonrisa se tornó aún más cruel.
—¡Nooooooo, espera...! ¡Espera...! ¡Ella está viva! ¿Está viva, no? —trató de defenderse Gerson y Mitch hizo una mueca de rabia.
—Si ella estuviera muerta nadie de tu familia estaría respirando ya —le gruñó—. No tengo idea de cómo toma venganza la mafia búlgara, pero voy a contarte cómo son las cosas conmigo: Cada pequeña cosa que le hiciste a ella, te la voy a devolver el doble. No voy a parar hasta que no escuche sus gritos multiplicados por diez saliendo de tu boca. Voy a tomarme mi tiempo, y no puedo garantizar que sobrevivas, supongo que dependerá de si tu hijo quiere contestar al teléfono.
Se acercó a Gerson, palpando su clavícula izquierda con un par de dedos y luego se echó atrás, escuchándolo sollozar.
—Piensa que tienes suerte después de todo, pude haberle hecho esto a él —sentenció Mitch—. ¿Preparado?
Tres horas.
Largas.
Infinitas.
Y llenas de gritos.
Mitch no mentía al decir que se tomaría su tiempo.
Que Gerson Cassidy llorara, gritara, sangrara o se hiciera encima no le movieron el corazón ni por un momento. Entonces lo supo: quizás no había sacado nada de su padre, pero la frialdad de su abuelo paterno definitivamente estaba en sus venas.
Mitch sacó el cuchillo con que terminaba de ¿aserrar? ...mmm... más o menos... la carne de aquella pierna para abrir una herida "de diseño", y miró a la otra, habían quedado bastante simétricas. Marcó la última cruz con plumón rojo en la radiografía y se cruzó de brazos mientras escuchaba los alaridos de fondo del jefe de policía.
—Listo, todas las misiones cumplidas —sentenció—. Ahora solo me falta el regalo personal. ¿De qué serviría todo esto si no supero tus expectativas, verdad?
Escuchó el "crac" seco de aquel cuerpo rompiéndose con el último golpe y los gritos se convirtieron en gemidos bajos.
Mientras, Mitch echaba aquellos guantes llenos de sangre al cesto de basura en llamas de un indigente y le daba cien libras por dejarlo ver cómo se derretían. Y justo allí, justo frente a ese fuego, comprendió cuál era la decisión que debía tomar en aquel momento.
Se fue a su departamento a ducharse y a hacer las llamadas pertinentes para asegurarse de que por ningún motivo el conductor del camión saliera libre, y el fiscal le aseguró que ya tenía su confesión y que nadie lo salvaría de un buen tiempo en la cárcel.
Volvió al hospital casi de noche, bañado, limpio y listo para apoyar a esa familia que adoraba y por la que estaba dispuesto a darlo todo. Lo recibieron con la buena noticia de que ya a Grace le habían quitado los tubos y estaba hablando y bebiendo agua.
Kainn estaba sentado a su lado, viendo como su hija se recuperaba mientras el resto de tíos y primos iba a comer algo y descansar un poco.
—¿Cómo está? —preguntó Mitch dándole una palmadita de ánimo en el hombro.
—Mejor, un poco mejor... —contestó Kainn con semblante preocupado—. Se acaba de dormir por los analgésicos.
—¿Por qué no vas tú también a descansar? Yo me quedaré con ella.
—Descansar no me interesa —replicó su tío—. ¡Quiero ir a ver al conductor del camión, quiero saber quién es el responsable de esto!
—No hace falta, ya me ocupé —sentenció Mitch y Kainn lo miró asombrado—. Fue lo primero de lo que me ocupé al salir de aquí esta mañana. Ya no hay que hacer nada más. Ve a descansar tranquilo.
Kainn frunció el ceño, pero lo que sospechaba y la realidad estaban muy alejados uno de otra. Aun así accedió a irse a descansar un rato y Mitch se sentó en aquella silla junto a Grace, esperando a que despertara y pensando cuál sería el mejor momento para romperle de una vez el corazón.

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