El silencio fue instantáneo y sepulcral. Nadie podía creer que Lizetta hubiera dicho semejante estupidez, sobre todo porque se notaba demasiado que el comentario estaba dirigido como una mala flecha a la autoestima de Mar. Había ahí mujeres más "damas" y con más glamour que ella y a ninguna se le había ocurrido despreciar a la prometida de Alan solo por ser asistente.
Sin embargo, si Lizetta creía que podía herir a Mar recordándole a todos que era solo una empleada con puesto básico, muy pronto se dio cuenta de que había atacado a la persona equivocada.
—Pues es que a mi novia cualquier ropa le queda bien ¿no te has fijado en el cuerpazo que tiene? —le dijo Alan con una sonrisa resplandeciente mientras rodeaba la cintura de Mar con uno de sus brazos—. Además tengo que confesarlo: ese uniforme fue lo primero que me cautivó. ¿Te imaginas? La conocí linda y sexy, pero encima ¿una mujer trabajadora? ¿Una mujer capaz de salir adelante? ¿Una mujer que no se cuelga del dinero de su marido ni de sus padres, sino que sale todos los días a ganarse el pan con el sudor de su frente? ¡Eso no tiene precio!
Y aunque Alan parecía totalmente inocente y emocionado, era notable que la indirecta muy directa iba dirigida a la mantenida del grupo: Lizetta, que no movía ni un dedo por no romperse una uña, así que todos aquellos estudios y grados de los que alardeaba eran inútiles porque jamás les daría uso.
Y como si no fuera suficiente, la esposa de Harris se adelantó.
—¡A mí me pasó lo mismo! Trabajaba en una compañía de telefonía y Ernie vino a cancelar su plan de internet —rio—. Así nos conocimos.
—Salí con un plan más grande, un teléfono nuevo, una computadora, una pantalla plana ¡y una esposa! —le coqueteó Harris—. ¡Todavía cuando quiere conquistarme se pone ese uniforme!
Las risas llenaron el ambiente y enseguida todas las chicas se pusieron a contar en qué estaban trabajando. Lo gracioso era que a pesar de ser las esposas de médicos prominentes, todas eran profesionales en acción, la única que no hacía más que socializar parecía ser Lizetta.
—Deberías probarlo alguna vez —le dijo la señora Harris con sorna—. Salir de compras con dinero propio es profundamente gratificante, querida.
Ella se puso roja hasta la raíz de... las extensiones, pero como no convenía tener una mala noche, Mar dio una palmada llamando la atención de todos.
—Damas y caballeros. Creo que ya deberíamos pasar a cenar. ¿Qué les parece?
Sus invitados asintieron emocionados y juntos fueron pasando hacia el comedor.
Un par de chicas que Alan había contratado para el servicio sirvieron la cena y el aroma era delicioso. Todos se sorprendieron cuando vieron platillos típicos venezolanos en la mesa.
—Comida exótica desde las manos de esta hermosa dama hasta su mesa —exclamó Alan dejando un beso suave en la mejilla de Mar y ella tuvo que reír porque jamás lo había visto tan entusiasmado.
—Esto se ve increíble —se emocionó el jefe del servicio de medicina interna al que evidentemente le encantaba comer.
—Ya sé. ¡Se van a chupar los dedos! —sonrió Alan invitándolos a sentarse.
Estaba todo muy bien preparado, la mesa era enorme, estaba decorada con flores y la comida era una combinación perfecta entre sabores dulces y salados: arepas, carne mechada, patacones, cachapa, pabellón criollo, pasticho...
Los aromas inundaban el comedor y hacían agua la boca.
—¿Todo esto lo hiciste tú, Mar?
—Sí, mi familia es de Venezuela así que me encanta cocinar estas cosas...
—¿Y no se te ocurrió que quizás no era el mejor menú para una cena de gala? —La pregunta vino de la voz nasal de Lizetta y la mitad de los invitados pusieron los ojos en blanco y luego la miraron con fastidio—. ¿Qué? ¿Nadie más cree que hacer comida típica de países subdesarrollados no es precisamente la cena gourmet que se espera del futuro director de un hospital?
—¡Lizetta! —incluso su padre se sobresaltó ante semejante desprecio.
—¡Por favor no me digas que tú no lo piensas! —rezongó ella—. Deberíamos estar comiendo la cena de un chef con la menos una estrella michelín. ¿Qué tiene de interesante la comida típica de un país tercermundista?
El silencio indignado volvió a llenar la habitación, sin embargo la sonrisa de Mar antes de responderle era radiante.
—¿Y qué hubieras preferido? ¿La comida típica de tu país? No tengo problemas con eso, puedo cocinarlo rápidamente querida, ¿prefieres una hamburguesa, una pizza... quizás macarrones con queso?
—Yo no dije eso...
—Pues esa es la tradición de tu país primermundista. ¿O tampoco te gusta la comida chatarra? —preguntó Mar fingiendo una inocencia que estaba lejos de tener.
—¡Disculpa pero yo crecí en Inglaterra! —exclamó Lizetta—. Fui a un internado allá y hay muchas pero muchas tradiciones más distinguidas que comer... plátano machucado. ¡Tú deberías saberlo mejor que nadie, Alan, tú eres inglés!
—Cierto, el café de Preston... la próxima vez te traigo el “ingrediente especial” de mi propia manufactura en un vasito de muestra de ori...
—¡Cállate! ¿Cómo dices eso? —se carcajeó ella cubriéndole la boca con una mano y cuando se dieron cuenta, casi todos los estaban mirando.
Parecían una pareja enamorada, cómplice, hermosa, que por un instante se habían olvidado de que estaban rodeados de gente. Sin embargo en el mismo instante en el que ella trató de alejarse, Alan frunció el ceño y tomó esa mano con que tocaba su boca.
Tocó su cuello para confirmar sus sospechas y luego miró a la muchacha con atención.
—Mar ¿estás bien? —Había estado tan ocupado con los invitados que no se había dado cuenta de lo caliente que ella estaba.
—Sí, solo... estoy un poco cansada...
Pero no era solo eso, Alan lo sabía. Estaba haciendo un esfuerzo por mantener aquella fachada, pero tenía los ojos marchitos y bastante fiebre. La abrazó por la cintura y emitió un gruñido de preocupación antes de girarse hacia sus invitados.
—Amigos, creo que es hora de terminar la noche. Nos la pasamos bien, así que procuraremos repetirlo pronto, pero ahora Mar se siente un poco mal así que la voy a llevar a descansar.
Todos fueron a preocuparse por Mar en un segundo y en efecto notaron que tenía las mejillas encendidas.
—Recupérate pronto, linda —le dijo la esposa de Harris—. El próximo fin de semana será en mi casa. ¡Nos vemos todos ahí! Mar, muchas gracias por la cena, eres un amor.
Uno a uno todos los invitados se fueron despidiendo, hasta que llegó el turno de Lizetta.
—Señorita Wayland, espero que haya disfrutado la velada —dijo Mar con educación.
—Pues ni tanto, querida. Créeme que el anfitrión echando de su casa a los invitados temprano no es precisamente la clase de cortesía que esperaba recibir hoy.
—Bueno, eso es porque eres soltera y todavía no lo entiendes, querida —la remedó Mar—, pero la primera cortesía de un hombre debe ser para su mujer; después y solo después vienen todos los demás... incluida tú.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD