Jana todavía estaba cansada y medio dormida cuando llegaron al aeropuerto y vio aquella caravana de ocho autos esperándolos.
Durante todo el trayecto todavía no fue capaz de comprender bien lo que estaba sucediendo. Sabía que Kris no era el epítome de la bondad y la belleza, él mismo se llamaba mercenario, pero de ahí a ser escoltado por ocho camionetas que hasta parecían blindadas era mucho.
Luego todo su instinto reaccionó, y comenzó a tensarse en el mismo momento en que todos aquellos hombres parecieron tratarlo como si él fuera un emperador o algo así. Pero sus alarmas solo se dispararon cuando atravesaron las rejas de una propiedad enorme cuyo camino de más de un kilómetro terminaba en una gigantesca y oscura mansión.
—Kris, ¿esto qué...? ¿Esto qué es? —preguntó cuando le abrieron la puerta para que se bajara del auto y se quedó muda ante el peso y la vibra de aquella construcción.
Solo le bastó mirarlo para darse cuenta de que toda la mala energía que había allí también actuaba sobre él. Había pasado de ser el hombre que hasta el momento siempre había sonreído para ella, a uno cuyo semblante se ensombreció.
—Esta es mi casa. Te dije que no necesitaba hacer dinero, aquí he vivido toda mi vida —respondió él con un tono tan frío que a Jana se le heló la sangre en las venas—. Será mejor que entremos, tengo asuntos que tratar.
Jana pasó saliva nerviosa, viendo la cantidad de guardias y hombres armados que había alrededor, todos vestidos de trajes negro y tatuados. Varios de ellos tenían perros de guarda con cadenas y parecían molestos y preocupados.
El ambiente en general era incómodo y pesado, y con lo que Jana trató de alcanzar la mano de Kris y entrelazar sus dedos con los suyos, pero él se soltó con un gesto brusco.
—¡Aquí no, Jana! —le dijo con sequedad—. De esas puertas para adentro somos personas diferentes, y aquí las muestras de cariño no están muy bien vistas. Voy a ordenarle a una de las criadas que te lleven a tu habitación.
—Espera... —Jana ni siquiera sabía qué decirle o cómo expresar lo aturdida que estaba o lo extraño que le resultaba su comportamiento—. ¿Cómo...? ¿Cómo que mi habitación...? ¿No voy a quedarme contigo?
—¡Pues por supuesto que no! Esta es mi casa, pero también es la casa de mi madre, no creo que le parezca muy bien que ande con una mujer metida en mi habitación... al menos no a tiempo completo.
Si hubiera tenido conciencia de lo que estaba pasando, Jana habría sentido el dolor más punzante golpeando su pecho, pero la verdad era que no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo, así que su única reacción era la incomprensión, y aquel sentimiento de estar como en un mundo paralelo, donde de repente Kris pasaba de ser el hombre que la quería, a un tipo completamente diferente.
—Kris, ¿qué es lo que está pasando...? ¿Por qué me dices...?
—¡Jana, este no es el momento! ¿No acabo de decirte que tengo cosas que hacer? ¿Cosas importantes? —le gruñó Kris con molestia.
Entonces, ¿quería decir que ella no era importante para él?
Pero antes de que pudiera replicar nada, Kris simplemente le dio la espalda y se alejó, dejándola tirada allí en medio del salón. Por su lado pasaron una docena de hombres que la miraron con desprecio mientras lo seguían hacia un despacho privado, y Jana miró alrededor como Alicia después de saltar por el agujero del conejo.
—¿Y esta quién es? —preguntó una muchacha más joven que ella, también vestida de servicio, de cabello rojizo y actitud despectiva—. Creí que el servicio ya estaba lleno, ¿trajeron a otra para la limpieza?
—Bueno, otro tipo de limpieza —se burló la que evidentemente era el ama de llaves—. Te presento a tu competencia, Álida. Hasta ahora habías tenido que espantar a todas las demás sirvientas del cuarto del señor para ocuparlo solo tú, pero acaba de llegar y se ha traído a esta... chica, y no creo que sea para otra cosa que para hacer trabajos... íntimos. Así que puedes ir despidiéndote de la recámara del señor, ahora tiene una nueva zorra a la que f0llarse.
Jana sintió que el corazón le iba a reventar en el pecho mientras miraba a esas dos mujeres con los ojos desorbitados, y Álida le devolvía una mueca de profundo asco.
—Pues eso lo veremos, Martha —escupió con desprecio—. Puede que el señor haya estado unos meses fuera, pero tú sabes muy bien quién es la que le gusta en esta casa, la única que sabe satisfacerlo, así que no creo que esta mujer vaya a quitarme absolutamente nada.
Jana soltó su bolsa sobre la cama con un gesto de profunda molestia y las encaró a las dos.
—Mira, para empezar, ni te conozco ni me importas, así que ahórrate los insultos —le dijo al ama de llaves—. Y para seguir, no soy solo la mujer que se acuesta con Kris, hemos estado juntos los últimos meses, así que nadie puede quitarte lo que no es tuyo, bonita —le dijo a Álida.
—Si le importaras para algo, hubiera mandado a que te acomodaran en su habitación. ¿No lo crees? O al menos habría mandado a que te acomodaran en una habitación más bonita, cuartos de huéspedes son lo que sobran en esta casa —replicó Álida con sorna, encogiéndose de hombros—. Pero en lugar de eso, ordenó que te pusieran es este mugrero. ¿Sabías que por años aquí solo se guardó una reserva extra de carbón? El baño ni siquiera funciona —se carcajeó la muchacha mientras le daba la espalda—. Sí, sí, levanta la nariz todo lo que quieras, bonita, pero aquí no serás la única que duerma con el señor, así que vas a tener que aprender a compartir.

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