Grace se despertó un poco más tarde esa noche, y sonrió despacio al ver a Mitch sentado junto a ella. Tenía la misma expresión de preocupación y agotamiento que se había grabado en sus facciones desde el accidente, pero su mirada estaba llena de calidez y compasión.
—Hola dragoncito —murmuró apretando su mano y él le acarició la cabeza como si fuera una niña.
—Hola muñequita. ¿Cómo te sientes?
—Como si me hubiera atropellado un camión... ¡Ah, espera, eso sí pasó! —intentó reírse pero vio que Mitch pasaba saliva—. OK, muy pronto para que sea una broma.
—Todo el mundo estaba muy preocupado por ti, Gracie —dijo él en voz baja. Extendió la mano y le apartó un mechón de pelo de la frente antes de acariciar su mejilla—. Pero te pondrás bien. Sólo tenemos que cuidarte.
—¿Tú también estabas preocupado?
—Yo me estaba muriendo, muñequita —confesó Mitch mientras sus ojos se ponían brillantes—. Y voy a seguir muriéndome hasta que te vea salir de aquí por tus propios pies...
—¡Oye, oye! —Grace tiró de él y los abrazó con la poca fuerza que tenía.
El accidente parecía un recuerdo lejano, algo que le había ocurrido a otra persona. Recordaba el camión, el impacto y la oscuridad que lo siguió. Sabía que luego había sentido mucho dolor y que él había estado con ella, pero no era capaz de recordarlo todo.
—Ni siquiera vi el camión —dijo con expresión pensativa.
Mitch negó con la cabeza mientras besaba su mano.
—Porque no se suponía que lo vieras, Gracie. Esto fue... no fue un accidente.
Grace sintió que su corazón se detenía por un momento. Sabía que algo iba mal, pero no se esperaba aquella respuesta. Sus ojos se abrieron de par en par con incredulidad.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir? — preguntó.
Mitch suspiró mientras se daba fuerzas para decirle la verdad.
—Gerson Cassidy me llamó justo antes de que pasara. Me dijo que si no hacía negocios con él, otros pagarían las consecuencias —dijo y apartó los ojos, como si tuviera miedo de mirarla—. Por eso yo estaba cerca, muñequita, estaba corriendo detrás de ti, pero no llegué a tiempo...
Su voz se quebró por un instante, pero la de Grace salió fiera y decidida.
—¡Ese cabrón! ¡Lo voy a matar! —exclamó exasperada.
—Si sigue vivo después de que salgas de aquí, puedes hacerle lo que quieras —sentenció Mitch y ella lo miró con curiosidad.
—¿"Si" sigue vivo? ¿Qué le pasó?
—Yo le pasé —replicó Mitch y Grace pasó saliva, porque ni siquiera necesitaba preguntarle para saber que no se había quedado tranquilo.
Durante un largo momento se quedaron en silencio, buscando consuelo en los brazos del otro hasta que Grace vio aquella tristeza mezclada con determinación en el rostro del hombre frente a ella.
—No lo digas —le suplicó sabiendo lo que estaba pasando por su cabeza—. Quedamos en que no nos esconderíamos más.
—Es lo único correcto que puedo hacer por ti, Gracie —dijo él con voz ahogada—. Si seguimos juntos estarás en peligro siempre y yo no voy a permitirlo... así que esta es nuestra realidad, muñequita... Ya no podemos estar juntos.
Grace sintió un escalofrío y sus ojos se llenaron de impotentes lágrimas.
—No puedes hacer esto, Mitch... No me dejes por favor... —Su voz apenas era un susurro.
—Te amo, Gracie. Siempre voy a estar cuidándote, solo que voy a estar donde no me veas. ¿Está bien? Te amo...
Tuvo que hacer un esfuerzo por desprenderse de su mano y darse la vuelta para salir de allí mientras ella gritaba su nombre.
Grace no supo si eran los sedantes o la desesperación, pero no fue capaz de controlarse mientras lo llamaba a gritos y finalmente una de las enfermeras tuvo que llamar a su madre para que fuera a calmarla.
Mitch iba secándose la cara contantemente mientras se subía de nuevo a su camioneta. Sentía que estaba arrancándose un pedazo del corazón para dejarlo allí, con ella, pero era mucho peor el hecho de saber que alguien podía volver a atacarla por su culpa.
Condujo en silencio, sacando toda aquella rabia mientras volvía a un departamento donde todavía estaba la maldit@ silla en que la había abrazado. Estaba a punto de lanzarla contra una de las paredes con impotencia cuando escuchó el timbre de la puerta y se encontró cara a cara con un mensajero.
Su prevención era enorme, pero su curiosidad era mayor, y terminó recibiendo aquel ramo de flores que llevaba.
En medio de ellas había una tarjeta, y Mitch sonrió mientras la leía. Quizás después de todo, abrazar al monstruo que había en él no era el peor método del mundo.

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