Jana sentía que su cuerpo empezaba a temblar a cada segundo que pasaba. Y el estruendo de la puerta cerrándose en sus narices y dejándola en aquel lugar frío y oscuro fue demasiado.
Estaba acostumbrada a vivir sin lujos cada vez que salía a una misión, estaba acostumbrada a comer poco y pasar trabajo, pero eso no significaba que fuera a tolerar que la maltratar nadie, mucho menos en la casa del hombre que quería.
Bajó las escaleras con su bolsa al hombro y llegó al gran salón para encontrarse reunidas al ama de llaves con su séquito de chicas desagradables, todas cuchicheando sobre su llegada y sobre la forma en que el señor de la casa la había mandado a poner en uno de los peores cuartos.
—¡Es que ni siquiera nuestros cuartos de servicio están tan malos! —Se reía otra de las muchachas—. Algo muy malo debe haberle hecho al señor para que la castigue de esa manera.
Todos se giraron al oír el taconeo impaciente de Jana solo a un par de metros, y Álida salió del grupo para encararla.
—Pues ya sabes cómo es él, no le gustan las mujeres respondonas, ni siquiera las extranjeras creídas con acento raro.
Jana la ignoró por completo, como si no fuera ni siquiera digna de una respuesta, y sus ojos se dirigieron hacia el ama de llaves.
—Llama a Kris, necesito hablar con él.
—Me temo que eso no se va a poder. El señor está ocupado y pidió que no lo molestaran — respondió la mujer.
—No te temes nada porque ni siquiera te agrado —replicó Jana caminando hacia ella y enfrentándola—. Pero dije que quiero hablar con Kris, así que me lo buscas ahora mismo. Me importa un cuerno con quien esté reunido y si alguien puede molestarlo créeme que esa soy yo.
Álida hizo un gesto hacia ella, pero el ama de llaves la detuvo con una sonrisa torcida y desagradable.
—No hay problema, señorita, enseguida le voy a avisar al señor que estás demandando hablarle.
Salió caminando por el pasillo y Jana no dudó ni un segundo en ir tras ella. No se había subido a aquel avión para llegar a un lugar donde la maltrataran, así que por más complicada que fuera la situación, no esperaba que Kris consintiera eso.
Se quedó de pie junto a la puerta mientras la mujer tocaba y daba un paso dentro del despacho.
—Señor, lamento interrumpirlo pero...
—¿¡No hablo bien el maldito idioma, Gemma!? —rugió Kris y Jana sintió que se estremecía—. ¿¡No te dije acaso que no quería que nadie me molestara!?
—Pues sí, señor, precisamente por eso lo lamento, pero es que su invitada está insistiendo en verlo y no entiende razones.
—¡Entonces ocúpate de ella! ¡Ponla a cocinar, a lavar, a hacer algo útil, porque si tan aburrida está como para venir a joder, entonces es que le falta oficio!
Jana dio un paso atrás mientras el corazón le daba un vuelco y le subía a la garganta. ¿Qué acababa de decir? ¿Cómo que si estaba suficientemente aburrida como para joder?
—¿Entonces debo entender, señor, que no es una invitada? —le preguntó el ama de llaves con satisfacción, sabiendo que Jana estaba afuera escuchándolo todo.
—¡Esto! ¡Abre esto! ¡Quiero salir de aquí! —exclamó mientras volvía a golpear la reja con las dos manos y uno de los hombres se acercó para apartarla.
No tenía idea de lo que estaban diciendo, pero no habían pasado ni dos minutos cuando una de las camionetas negras de la casa frenó bruscamente junto a ellos, y Kris salió con un semblante que Jana jamás le había visto en su vida.
—¡¿Qué demonios es esto?! ¡¿A dónde crees que vas?! —la increpó furioso, porque obviamente lo habían llamado para interrumpir porque ella estaba tratando de irse.
—¡Afuera! ¡Voy a cualquier lugar fuera de aquí, porque es evidente que venir fue un error! —le espetó Jana mientras sus ojos se humedecían.
—¿Y a qué viene eso? ¿De dónde sacas...?
—¡Lo sacos de ti y de tu propia boca! Honestamente vine para apoyarte, no para ser una garrapata pegajosa. Así que me voy por donde vine porque no tengo nada que hacer aquí y mucho menos contigo.
Intentó darse la vuelta y justo en ese momento, la mano de Kris se cerró sobre uno de sus brazos con fuerza, reteniéndola y acercándola a su cuerpo para que lo mirara.
—Me temo que así no es como funcionan las cosas, amor —siseó con tono gélido—. Yo no te pedí que vinieras, pero ya que te metiste en la boca del lobo, lamento informarte que no vas a poder salir hasta que yo lo decida.

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