—Nunca me voy a casar, no me voy a enamorar, y no voy a hacerle ojitos a ningún hombre. ¿De acuerdo? Esa cosa llena de mimos y besuqueos escondidos que tú tienes con mi padre… ¡Eso no es lo mío! —habían sido sus exactas palabras hacía solo un par de meses y Amira se las había devuelto con una sonrisa socarrona.
—Tú puedes decir lo que quieras, pero te apuesto toda mi experiencia y mis besuqueos escondidos a que un día va a llegar alguien excepcional a tu vida, ¡y ese día ni siquiera vas a poder hablar, ragazza grosera! ¡Ya vas a ver!
Giulia se había soplado un mechón de cabello con fastidio, pero ahora estaba allí, recordando esa conversación mientras sus ojos seguían cada movimiento del príncipe con el aliento contenido y sin poder susurrar más que aquellas palabras.
—¿Por qué?...
—¿Por qué? —Hasan frunció el ceño—. Porque no soy un animal. Porque la deshonra no es la forma de castigar un error, menos si se trata de dinero.
—Pero mi padre… le hizo perder millones al rey —murmuró Giulia.
—Y el rey debería entender que es preferible perder millones que quitarle la dignidad a un ser humano. Tampoco es como si le faltara el cochino dinero —gruñó Hasan con molestia y se dio la vuelta para apagar las antorchas principales que iluminaban la habitación—. Será mejor que te acuestes, será una larga noche y no hay razón para que la pases mal. Yo me quedaré vigilando.
Hasan abrió una de las gavetas de su tocador y sacó un botiquín de primeros auxilios, ya estaba acostumbrado a curarse solo porque no le tenía confianza a los médicos del palacio. Si era honesto ya no le tenía ninguna confianza a nadie, pero a medida que había ido madurando, había tenido que aprender a hacer las cosas a su manera y en el mayor silencio posible.
Aunque en días como aquel, cuando Su Majestad lo ponía en ese tipo de situaciones, tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para controlar la rabia que llevaba años acumulando contra su propio padre.
—Déjame, yo lo hago —escuchó una voz suave a su lado mientras Giulia le sostenía la muñeca y tomaba el botiquín de sus manos.
—Yo puedo hacerlo solo.
—Y yo tampoco soy ninguna inútil —replicó ella y puso aquel botiquín sobre la mesita de té más cercana, haciéndolo sentarse en una silla.
Hasan miró a otro lado porque la túnica, atada a la cintura pero demasiado grande para ella, dejaba ver una línea clara de piel entre sus pechos. Y se estremeció al sentir sus manos limpiando con un gesto delicado pero firme aquella herida. La única luz de la habitación venía ya de la chimenea, y aquel velo oscuro no ayudaba a que pudiera verla bien, pero era una chica hermosa, podía sentirlo.
—Es extraño —murmuró Giulia.
—¿Qué cosa?
—Que seas así. Eres el príncipe heredero, puedes tomar lo que quieras, tienes el poder para hacer lo que quieras.
—Ese es el problema, es lo que la gente no entiende: El hombre que tiene el poder para hacer lo que quiere, también tiene la obligación de hacer lo que debe. Si más gente hiciera lo que debe en lugar de lo que quiere, este país sería muy diferente.
—Mi familia no sería desterrada.
—Habría justicia, habría equidad, habría menos mujeres siendo violadas solo porque un hombre la desea y otro está dispuesto a venderla; o simplemente porque no puede hacer nada, como tu padre —gruñó Hasan y Giulia apretó los labios con un gesto de muda inquietud—. Me consta que es un buen hombre tu padre, no lo culpes por esto.
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