Mitch podía jurar siendo sincero que jamás en la vida había sentido una opresión como aquella en el pecho. El cosquilleo en sus manos era de puros nervios, igual que aquel regusto amargo en lo alto de la garganta.
—¡Muñequita! ¡Gracie! ¡Gracie, respóndeme! ¡Muñequita!
Mitch gritó con todas sus fuerzas, mirando y empujando una puerta tras otra. Estaba desesperado por encontrarla, así que los asustados que levantaban las cabezas entre los edredones lo tenían sin cuidado y sus muchas maldiciones también.
La ansiedad era tal que parecía que su corazón iba a estallar en cualquier momento.
—¡Grace! —gritó abriendo la penúltima puerta y la vio allí, con un hombro y la cabeza apoyada en la puerta del baño de la habitación, sin saber si entraba o salía—. ¿Grace? ¿Muñequita?
Sus ojos se clavaron en los ojos marchitos de la muchacha para luego bajar por su cuerpo buscando comprobar que estaba ilesa.
—¡Dime que no te hizo nada porque lo mato! —gruñó revisando los botones de su blusa y tirando de su cinturón como si quisiera asegurarse de que no le había quitado la ropa—. ¡Dime que ese cabrón no te puso los dedos encima, muñequita!
—Pues ahora solo me los estás poniendo tú —susurró ella con esa sonrisa media borracha que hizo a Mitch detenerse en el acto para darse cuenta de que inconsciente o no, la estaba toqueteando.
—¡Grace, no estoy bromeando! —espetó Mitch sujetando su cara, pero dos segundos después notó la arcada y Grace hundió la cabeza en el lavabo, echando afuera todo el tequila que se había tomado.
Mitch le sostuvo el cabello y le mojó la nuca mientras la dejaba sacar todo aquello.
—Ya... vamos... no pasa nada... —murmuró acariciando su espalda con movimientos circulares y poco después ella se lavó la cara y se enjuagó la boca.
—Me estoy ¡hip! haciendo pipí —dijo con un puchero y Mitch pestañeó despacio.
—¿Y qué se supone que haga? —balbuceó Mitch.
—Ayúdame con esto... —rezongó ella esforzándose por quitarse el citarón y luego levantó los brazos.
—¡No es un maldit0 vestido, Grace! ¿Te voy a sacar el short por la cabeza, eh? ¿Por qué subes las manos... por qué eh...?
—¿Me hago pipí encima? No aguanto más de die... ¡hip! diez seg... ¡hip!... segundos... ocho...
—¡Asssh! ¡Ya voy, a ver!
Mitch batalló con el condenado short pero así de ajustado era complicado, diez botones para abrir por delante y tirar hacia abajo como un condenado.
—¿Cómo te puedes poner ropa tan apretada? ¡Demonios! ¡Por lo menos ya sabemos que el idiota de Shawn no te hizo nada! ¡Esto es un “mata erecciones” instantáneo...!
—¡Jajajaaj! Dijiste ¡hip! erecccio ¡hip! erecciones... ¡hip! —se rio ella y Mitch terminó de bajarle la ropa sin mirarla.
Se agachó frente a ella en el vater y negó medio con alivio y medio con incredulidad. Era obvio que no le habían hecho nada, pero no podía creer que estuviera frente a ella escuchando ese chorrito de pipí que parecía una fuente con salidero en medio de un concierto de hipos.
Lo peor fue subirle luego aquella tanga sin mirar lo que había debajo y pelearse con el short endemoniado que luego pondría en un altar por hacerla, literalmente, impenetrable.
Bufó con cansancio cuando logró cerrar el último botón y la levantó en brazos mientras ella se colgaba de su cuello y apoyaba la cabeza en su hombro con un suspiro.
Faith lo miró con inquietud cuando vio que la traía cargada, pero Mitch solo le dijo que se había pasado de copas, y se ahorró los detalles escabrosos.
—No puedo llevarla así a casa de mamá y papá. Creo que por esta noche será mejor si nos quedamos en el hotel —murmuró Faith cuando llegaron a dejarlos al hotel, así que Mitch volvió a levantarla en brazos y la llevó a la habitación que su hermana pagaba en la recepción.
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