Grace ni siquiera intentó apartarse porque era evidente que no lo lograría, su piel se erizaba solo con su tacto, y su aliento se cortaba mientras la tensión de aquellas manazas que abarcaban sus nalgas se tensaban aún más. Estaban frente a frente, con sus cuerpos a tan solo unos centímetros, y sus bocas tan cerca que podían sentir sus respiraciones haciéndose cada vez más pesada.
—Muñequita...
—Tus... tus tatuajes... —murmuró Grace porque presentía que lo siguiente que saliera de la boca de Mitch sería una disculpa o una excusa para alejarse—. ¿Qué... qué significan...? —su voz era ahogada mientras hacía la pregunta y Mitch sintió que la sangre le ardía en las venas.
—Son... son mi familia. Símbolos, detalles... cosas que me recuerdan a todos.
Grace pasó saliva delineando la figura del escorpión que representaba a su padre.
—¿Y dónde... dónde estoy yo? —susurró levantando los ojos para mirarlo y pudo ver en los suyos exactamente la misma desesperación que ella estaba sintiendo.
—¡Maldición, muñequita, tú estás en todos lados! ¡En todos los malditos lados! —gruñó bajando la cabeza con la velocidad de un halcón hambriento y apoderándose de su boca.
Sus labios eran gruesos y demandantes, y su lengua se hundía en su boca, suplicando y poseyendo a la vez, mientras de la de Grace solo salían gemidos entrecortados. Sus ojos cerraron, abandonándose a aquella sensación perfecta de estar entre sus brazos. Eran fuego juntos, uno que se extendía sobre cada centímetro de piel mientras se tocaban.
El frío desapareció juntos con las mantas y las manos de Mitch se cerraron sobre su espalda, apretándola contra él hasta que una de sus manos se cerró sobre el cabello de su nuca con posesividad.
Grace se plegó a su cuerpo, abrazándolo, perdiéndose en aquel fuego que crecía por segundos, consumiéndolos. Podía sentir el latigazo de deseo acumulándose en su vientre para descargarse sobre su sexo, haciéndola apretar una pierna contra la otra y gemir con desesperación.
Los labios de Mitch soltaron los suyos y Grace echó atrás la cabeza mientras lo sentía respirar pesadamente contra su garganta y morder de cuando en cuando. Su erección palpitaba contra su vientre y Grace juraba que estaba a punto de echarse a llorar porque aquella necesidad era insoportable.
—Muñequita... esto... esto no...
—Cállate dragoncito por dios —gimió ella y Mitch gruñó con frustración cuando sus pequeñas uñas se le clavaron en las caderas.
—¡Maldición Gracie estoy tratando de controlar... de controlarme o de...! Muñequita...
Pero aquello no era excusa, era una especie de ruego para que fuera ella la que detuviera esa locura que estaban a punto de cometer juntos. Sin embargo lo único que recibió fue una mordida suave en pleno pecho y una lengua traviesa recorriendo su piel.
—¡Tu padre me va a enterrar a mí también y todo será tu culpa! —rezongó sintiendo su risa traviesa y la levantó como una pluma para colocarla sobre una de las secadoras.
Las piernas de Grace se abrieron al instante enmarcando las caderas de Mitch que se veía enorme aunque la tenía a una altura más cómoda. Una de sus manos paseó sobre su espalda, desprendiendo el brasier, y Grace jadeó cuando él lo tiró lejos de los dos, besándola para ahogar aquellos deliciosos sonidos que salían de su boca cuando aquel pulgar tentó uno de sus pezones.
—¡Dios! —susurró ella desesperada, porque parecía que su cuerpo ya no le pertenecía, sino que se rendía a lo que Mitch quisiera hacer con ella.
Sintió aquellos labios cálidos dejando un rastro de besos hacia sus pechos hasta encontrar la pequeña areola rosada. Su espalda se arqueó involuntariamente y tembló mientras sentía la lengua de Mitch juguetear con su pezón.
—¡Demonios, muñequita, eres deliciosa! —se quejó él con ansiedad mientras su erección palpitaba ferozmente contra la intimidad de Grace.
Sabía a chiquilla traviesa, a dulce, a lluvia y a muchas ganas, pero no más que las suyas. Quería devorarla, tenerla poseerla, penetrarla con tanta fuerza que aquella boquita pasara del puchero al grito en un instante.
Las pequeñas uñas clavándose en su espalda terminaron de descontrolarlo acarició sus senos solo un instante antes de que una de sus menos se anclara con fuerza en su cintura y la otra bajara, explorando, jugando, excitándola hasta el infinito. Cada toque suyo era pura sensualidad, y cuando apartó las bragas a un lado, lo que le respondió fue un gemido desesperado
—Gracie... esto no... esto...
¿Pero qué iba a decir? ¿Que no estaba bien? ¿Que no era correcto? ¿Que eran familia y no debían estar haciendo aquello? ¿¡Pero cómo iba a decírselo si se estaba muriendo por ella?!
—¡Me voy a ir al infierno...! —susurró mientras sus dedos hacían una fiesta sobre su clítoris y la sentía moverse contra su mano, pidiendo más entre jadeos llenos de urgencia.
Cada vez más cerca de la locura, abrazó su cintura con fuerza y devoró su boca, entrelazando sus lenguas en un torbellino sensual que les atrapó a ambos.
Sus dedos se enterraron en su sexo con una presión suave, pero más que suficiente para hacerla gritar, porque si algo era cierto era que su cuerpo respondía a él, respondía con hermosas explosiones de placer que lo volvían loco.
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Los comentarios de los lectores sobre la novela: FAMILIA DE MENTIRA, AMOR DE VERDAD