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Felicidad efímera romance Capítulo 80

Ivonne fijó la mirada en el hombre que estaba en cuclillas junto a sus pies. De manera extraña, le recordó a otra persona. La imagen del rostro de Jonathan hizo a un lado ese pensamiento.

«Es imposible que Jonathan sea aquel joven. Él es molesto y no se parece a esa persona».

José llegó junto con el equipo de rescate y vieron a Ivonne recargada en el cuerpo de Jonathan. Este último no la apartó. No era su deber participar en la búsqueda, pero lo hizo de todos modos. Al ser de su mismo sexo, José supo de inmediato que Jonathan era demasiado orgulloso para admitir sus sentimientos.

«Ama a la Señora Landeros, ¿no es así?».

—¿Entramos? —El líder del grupo fijó la mirada en José.

—Creo que no es buena idea entrar en este momento.

La pareja que se encontraba en el interior de la cueva parecía estar cómoda y nadie quería estropear el momento. Por desgracia, el aguacero seguía cayendo. En breve, Jonathan vio a José y a los demás afuera de la cueva. Al no tener alternativa, José tuvo que entrar.

—Señor Landeros.

El equipo de rescate ya tenía preparado un teleférico de emergencia y trasladaron a Ivonne de inmediato a un hospital cercano. Como Jonathan se encontraba cerca, no era apropiado para Ivonne hacer preguntas.

—Señor Landeros, ya estoy bien. Gracias por salvarme.

Ivonne se escuchaba amable y distante. Era su manera sutil de pedirle que se marchara. Jonathan la miró y se dio la vuelta para abandonar la habitación.

—Señor Landeros, creo que la Señora Landeros dejó esto en la Cueva de los Enamorados.

Cuando Jonathan salió, José sacó un candado rojo y se lo entregó. Era un candado con el nombre de Ivonne grabado.

«¿Un candado del amor?».

Jonathan no estaba familiarizado con ello, pero había escuchado hablar al respecto. Entonces, frunció el ceño y guardó el candado.

—Señor Landeros, sospecho que alguien provocó a propósito la caída de la Señora Landeros. Me percaté de que en la entrada había un montón de musgo que no parecía pertenecer al lugar. Me dio la impresión de que alguien lo puso ahí. Estaba lloviendo, pero el musgo no estaba relacionado con el lugar.

«Por lo menos, ese bast*rdo hizo algo bien».

De vuelta en el hotel, Ximena no pudo evitar apretar los puños al enterarse de que Ivonne se había salvado. En ese momento, una mujer que llevaba una gorra apareció frente a ella. La persona se quitó la máscara para dejar al descubierto su rostro demacrado. Cuando trabajaba en la compañía, Chantal era hermosa y elegante. Sin embargo, ahora tenía la piel requemada y parecía haber envejecido de la noche a la mañana. Tras ser despedida, intentó buscar trabajo, pero no recibió ninguna solicitud. Estaba a punto de quedarse sin ahorros y debía seguir pagando la hipoteca. Al tener problemas económicos, no tuvo otra alternativa más que acudir a pedirle ayuda a Ximena.

—¿Qué haces aquí? —espetó Ximena. Temerosa de que alguien las descubriera, arrastró a Chantal a su habitación—. ¿No te dije que no vinieras a verme?

—Arriesgué mi vida, pero solo me diste un millón. ¿Crees que soy una pordiosera? —dijo Chantal fulminándola con la mirada.

Ximena se enfureció cuando escuchó el asunto de Ivonne.

—¿Cómo te atreves a mencionarlo? Tuve la amabilidad de no pedirte que me devolvieras el dinero. ¡No puedo creer que vinieras hasta aquí! —Ximena no le habría pedido a otra persona que cometiera ese acto si ella hubiera sido capaz de hacerlo—. Chantal, me dijiste que tu plan era infalible. Míralo tú misma.

La mujer le echó un vistazo a la foto del móvil de Ximena.

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