Mientras Vanesa estaba comiendo, Santiago daba vueltas alrededor de su casa, mirando los adornos o la butaca, o estando en el balcón que estaba todavía remodelándose, pero ya se veía su estilo sencillo y elegante, tan distinto al de la villa de la familia Icaza.
«No le gusta mucho vivir en la villa, o, mejor dicho, no le gusta la gente.»
Terminó la cena durante casi una hora, Vanesa se le acercó,
—¿Has tenido claro lo que me ibas a explicar?
Santiago asintió y miró a Vanesa,
—Sé que hoy mi madre te insultó —detuvo por un momento y cambió del tema—, y lo de ayer fue mi error que me quedaba borracho y nada que ver contigo. Te lo insultó mi madre porque no se lo había explicado bien, lo siento.
Vanesa sonrió forzosa,
—De hecho, no me importa nada —suspiró largo y profundo—, creo que deberíamos separarnos si ya nos divorciamos, porque nos merece una nueva vida. Seguimos así lidiándonos nos perjudicará tanto a ti como a mí. Pero…
Vanesa bajó las miradas y detuvo por un momento,
—Pero tampoco es culpa tuya del todo. Estaba confundida con nuestra relación e hice un mal juicio. Así que creo que ya llegó la hora de terminar todo.
Santiago miró a Vanesa en silencio.
No lo insultó ni tampoco lo obedeció de manera ciega como antes, ahora Vanesa era bien sensata, tranquila e indiferente.
Después de una inmóvil observación, Santiago dijo,
—Estoy del todo de acuerdo con lo que dijiste, pero sabes que las cosas no son tan fáciles como nos imaginamos, hay demasiado que tomaré en cuanta.
Vanesa bajó las mirada,
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