Danna abrió los ojos poco a poco y se encontró en una cabaña de madera y paja. Estaba recostada sobre unas pieles y la chimenea ardía con un fuego cálido. Al mirar a un costado, vio a una señora de cabello blanco, piel blanca, de unos 60 años, con un tazón en la mano.
—Me alegra que hayas despertado. Te trajeron inconsciente y ardiendo en fiebre. Gracias a la diosa Selene, has sanado —expresó la anciana con una amable sonrisa.
—¿Quién es usted? ¿Qué hago aquí? ¿Y mi bebé? —preguntó angustiada, tocándose la barriga y con los ojos llenos de lágrimas al recordar las últimas imágenes antes de que todo se volviera negro.
—Soy Hécate. Unos lobos salvajes te trajeron a la puerta de mi cabaña. Tu bebé está bien.
—¿Lobos sin humanidad? —gritó asustada. Pasó por su mente: “¿Por qué no me comieron? Gracias diosa luna por salvarme de ellos”.
—Tranquila, yo también me asusté. Te cuento, hace dos noches unos lobos estaban aullando en la puerta de mi cabaña. Me asomé a la ventana y vi cómo uno de ellos llevaba un cuerpo en su lomo. Con cuidado, te colocaron en la entrada. Tomé valor y abrí la puerta. Lo más extraño fue que bajaron la cabeza, y uno de ellos solo me miró como pidiendo ayuda. Como pude, te traje al interior de mi casa y te he estado cuidando.
Danna extendió los ojos sorprendidos.
Hécate no pudo contener su curiosidad y preguntó de dónde venía y por qué esos lobos la trajeron desmayada.
—¿Qué te pasó? ¿De dónde vienes?
Danna dio un gran suspiro, sus ojos se oscurecieron y se llenaron de odio.
—Solía vivir a las afueras de la manada azul. Fui traicionada por mi mate, él es alfa de alfas y yo, una simple omega. Además, en esa manada hay gente que me desprecia por ser omega. —Unas lágrimas rodaron por su rostro.
Hécate le ofreció el tazón de sopa que había preparado mientras Danna dormía. Ella lo tomó y le mostró una sonrisa de gratitud.
Las lágrimas afloraron en los ojos de Hécate mientras pensaba en lo que Danna había tenido que pasar, así como en las cicatrices y un lunar que había visualizado en su espalda y que la tenía inquieta.
—Disculpa que sea curiosa y te pregunte esto, pero ¿podrías contarme sobre tus padres?
—Mis padres eran una pareja de omegas que me criaron. Mis padres biológicos, no sé nada de su existencia.
Hécate llevó la mano a la boca, sin poder creer que la diosa luna le hubiera llevado a su cabaña a su preciada nieta. Solo una descendiente de Titania podía portar ese lunar en forma de luna creciente en la parte baja de su espalda.
—¿Por casualidad te encontraron en una cesta en alguna orilla de un río?
Al amanecer, al ver que tu padre no había regresado, desplegamos un grupo de guerreros para buscarlo. Los lobos rastreadores encontraron los cuerpos desangrados de mi hijo y su beta, junto con los otros guerreros. Horas después, encontraron a tu madre moribunda. Ella contó lo que había pasado a uno de los hombres y luego murió en sus brazos.
—Por la diosa Luna, ¡cuánta maldad!
—Ese hombre, que era de mi máxima confianza, me contó todo lo que le transmitió Carlín. Ese día fue un día negro para la manada. Edon se autoproclamó alfa y desplazó a los guerreros de confianza de mi hijo con cualquier excusa. Yo estaba deprimida por la muerte de mi hijo. Muchos lobos que servían a tus padres fueron exiliados, y otros fueron encarcelados. Entre esos, yo. El lobo que iba a encerrarme era alguien a quien conocía desde pequeño. Le rogué que no lo hiciera, y tuvo compasión conmigo. Juntos, con su familia, huimos de la manada y nos convertimos en renegados.
—¿Cómo puede tener tanto odio en su corazón? Era su primo.
—Por poder, mi niña. Él fue una mala semilla de mi hermano fallecido, engendrado con una omega. Le avergonzaba su linaje. Desde niño, fue cruel con los demás. Pero nunca imaginé que llegaría a matar a mi hijo, que lo trató como un hermano y disfrutaba de los beneficios de ser familia del alfa. La manada Vilkas se volvió impenetrable. Solo existe su ley. Parece que se ha aliado con otros seres oscuros y no acepta visitas ni auditorías.
Danna, aunque no había conocido a sus padres, sintió un escalofrío al pensar en cómo murieron y en el tormento que habían experimentado. Su alma y corazón le dolían.
—Mejor come, mi niña. Todavía tienes que contarme en detalle cómo llegaste aquí —dijo la anciana, tomando nuevamente el tazón de sopa y entregándoselo a Danna.
Después de tomar la sopa, Danna relató a la anciana todo lo que había sufrido en la mansión de Eros. Tras una larga charla, Danna volvió a quedarse dormida.

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