—¿A dónde vamos?
Desde que salimos de la casa del Alfa Kian, Lidia no ha dicho ninguna palabra.
Ella es la jefa de las doncellas y la subordinada de mayor confianza de Alfa Kian, eso solo me pone más nerviosa.
—Lo descubrirás cuando lleguemos, apresura el paso muchacha.
Ella había hecho que usara una caperuza que cubría parte de mi rostro y cabello lo que solo era más sospechoso para mí.
Por la hora es obvio que no quiere que nadie nos vea.
—Hemos caminado demasiado… ¿Cuánto más lo haremos?
Ella me da una mirada de reojo y creo ver diversión en su expresión antes de bufar.
—Los Omegas son delicados.
Aprieto la mandíbula para no gruñir por mi propia estupidez.
Lo cierto es que estoy demasiado sensible por todo lo que ese maldito Alfa hizo conmigo en el bosque... y en su baño.
—Siéntate en el borde de la bañera y abre las piernas para mí —había demandado con los ojos oscurecidos.
Mi cuerpo entero había temblado mientras en mi vientre se arremolinaba un sentimiento completamente ajeno. Aún así hice lo que me pidió pensando en mi futuro. En mi manada.
No en lo que sentiría al ser tocada por esas manos grandes que bien podían someterme.
—¿Qué más quieres que haga, Alfa?
Una de sus oscuras cejas se había arqueado.
Él me analizó como lo haría un médico. Si no fuera por la muestra de su deseo entre las piernas yo hubiera dicho que no había despertado el más mínimo interés en él.
Siempre es tan frío que me inquieta pero hay algo en su actuar que contradice su forma de ser.
—¿Ahora eres valiente? Veremos que tanto.
Él no perdió tiempo en venir a mí abriendo mis piernas con sus manos grandes. Mi respiración se entrecorta al momento que me encontré con su mirada penetrante. Estaba tan cerca de mí que podía sentir su respiración cálida.
Uno de sus dedos tocó mi clítoris y sus ojos se oscurecieron notablemente.
—Tan mojada…
—No me toques.
Intento apartarme luchando contra esta sensación.
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