Emma paró un taxi al salir del hospital. Hernán, Edmundo y Evaristo seguían en casa de los Rivera. Tenía que recogerlos. Alana afirmaba que Adrián Rivera era el padre de sus tres hijos y aquella revelación fue un duro trago. Tenía que saber quién era el padre, sin importar quién resultara ser.
¿Y si la enfermedad sanguínea de Evaristo recaía? A pesar de su condición de madre biológica del niño, no eran compatibles. El conductor encontró la ubicación de la Mansión Rivera a través de una aplicación.
—Hay dos en la lista —dijo el conductor—. ¿Lino o Luis? ¿A cuál vas a ir?
—Luis —respondió Emma.
Su ayudante, Benjamín, había investigado a fondo a la Familia Rivera. Abel había traído a Timoteo a casa con bastante rapidez. Los tres niños, Hernán, Edmundo y Evaristo corrieron hacia él para saludarlo.
—¿Estás bien? Nos tenías preocupados.
—Tienes el brazo lastimado. ¿Te duele?
—¡Si mamá estuviera aquí, estaría desconsolada!
—Hoy conocí a una mujer muy bonita —explicó Timoteo—. ¡Se parece a cómo me imaginaba que era mamá!
—De seguro no es nada comparada con nuestra mami.
—Nuestra mami es bonita. Es la mujer más bonita que existe.
—¡Sí! Es la persona más hermosa que ha pisado la tierra.
—Pero no solo era bonita. También sabía luchar —argumentó Timoteo—. Ella saltó y me atrapó. Es una heroína.
—Nuestra mamá también sabe luchar. Puede saltar del segundo piso al primero como si nada.
—¿Seguro que no estás hablando de nuestra mami, Timoteo?
—¿Qué? —Timoteo infló las mejillas—. ¿Cómo voy a saberlo? Nunca he visto a su mami.
—Mamá vendrá a recogernos pronto. La conocerás dentro de un rato.
—Timo —llamó Rosalinda desde las escaleras—. Le diste un susto a la abuela. ¿Estás bien?
—Solo un rasguño —respondió Abel—. Por lo demás parece estar bien.
—¡Gracias a Dios! —exclamó ella—. Se cayó de un sitio tan alto. Si no fuera por esa mujer, ¡habría perdido un nieto!
—Estoy bien. —Timoteo intentó calmar sus nervios—. No estés triste, abuela.
—Ya no estoy triste. —Ella lo tomó en brazos—. La abuela quiere darle las gracias a la señorita por salvarte. Nuestra familia está en deuda con ella.
—¡Timoteo! —Alana tenía tez pálida como una sábana mientras gritaba su nombre.
—¿Qué haces aquí? —Rosalinda echó humo—. ¡Fuiste tú quien casi mata a mi nieto!
—Yo...
—¿Qué? Ahora tengo otros tres nietos. ¡Te enfrentarás a mi ira si le haces daño a Timoteo!
—¡Señora Rivera!
Alana tenía lágrimas en los ojos. Era más que consciente de que Timoteo era su único boleto en la Familia Rivera.
—¡Olvídalo! —Abel frunció el ceño—. ¡Lo único que importa es que Timo esté a salvo!
—Deberías seguir el consejo de tu abuelo. —Rosalinda le puso los ojos en blanco a Alana mientras hablaba con Abel—. Proponle matrimonio a la Doctora Maravilla, cásate con ella y dame algunos nietos. La Señorita Lara puede seguir su camino.
Alana pasó de pálida a trasparente. Frunció los labios y estuvo a punto de desmayarse de exasperación.
—Señora, Señor Abel —dijo el mayordomo—. La Señorita Linares ha llegado para recoger a sus hijos.
—¡Mamá está aquí!
Hernán, Edmundo y Evaristo salieron corriendo. Timoteo también salió de la recamara de Rosalinda. Quería ver por sí mismo lo hermosa que era su madre. ¿Era tan guapa como la dama que lo salvó?
—¡Mamá!
Los trillizos caminaron hacia las puertas automáticas donde los esperaba Emma. Timoteo se sorprendió.
—¡Es la señorita bonita!
Emma no estaba menos sorprendida.
—¿Hola? ¿Vives aquí?
—Si. Esta es mi casa. Me llamo Timoteo Rivera.
—Rivera... —A Emma le dio un vuelco el corazón.
«¿Este adorable niño era hijo de Abel y Alana?».
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