Emma se secó las lágrimas.
—Más tarde por la noche, ven al hospital conmigo. Quiero visitar a Alana.
—¿Por qué? —Benjamín se preguntó qué planeaba Emma.
—Quiero ver si las cosas son como las dijo Abel.
Benjamín asintió:
—Claro. ¡Quizá por fin te rindas con él!
Por la noche, Emma y Benjamín fueron al Hospital Rivera.
—Espérame en el auto. Será problemático si nos descubren.
Emma se puso una bata blanca de médico y se colocó una máscara. Benjamín asintió:
—Está bien. Cuídate.
Emma asintió, abrió la puerta del auto y se dirigió a la sala del hospital con las manos en los bolsillos. Ya había pasado el horario de visitas y solo quedaban pacientes y personal médico en las salas. Emma se dirigió a toda velocidad a la habitación de Alana. La mujer estaba durmiendo cuando sintió que una mano le agarraba la muñeca. Abrió los ojos sobresaltada. Sentada a su lado había una doctora.
—¿Me está revisando, doctora? —preguntó Alana, sintiéndose un poco aliviada.
—Soy la doctora de guardia esta noche. Solo estoy aquí para un chequeo rutinario —dijo Emma.
Alana se sorprendió.
«No, no puede ser. Quentin dijo que sería el único médico en mi caso. ¿Qué es lo que está pasando?».
Alana no dijo nada. Dejó que Emma le tomara el pulso. Vio de cerca los ojos de Emma, que no estaban oscurecidos por la máscara. Esos ojos eran animados y hechizantes… Alana sonrió de manera imperceptible y dijo:
—¿Estoy mejorando, doctora? Necesito recuperarme lo antes posible. Mi marido me espera para casarse.
—Oh…
—Mi marido dice que yo le salvé la vida, por eso quiere casarse conmigo y así podremos tener más hijos. Mi suegra está deseando tener más nietos y mi abuelo también…
—¡De ahora en adelante, olvidaré que Abel Rivera existió!
—Eso es. Quizá así me prestes más atención —dijo Benjamín.
—¡Olvídalo! —Emma lo apartó de un empujón—. Siempre te he tratado como a un amigo. No hay química entre nosotros.
—Ains. Supongo que solo puedo verte caminar hacia el altar con otro hombre.
Emma no respondió. Se secó las lágrimas en silencio.
«Así es el amor. No puedo hacer nada al respecto».
Mientras tanto, Abel abrió la puerta principal de El Precipicio. Como era de esperar, estaba desierto. No era un problema difícil de resolver. Abel le ordenó a Lucas y a ocho guardaespaldas que se instalaran ahí.
—Diles que vivirán aquí los próximos días. A excepción de mi habitación, pueden quedarse donde quieran.
Lucas transmitió el mensaje a los guardaespaldas y empezaron a elegir sus habitaciones. Luego estaba el problema de la comida. Tampoco era un problema difícil de resolver. Abel llamó al responsable de relaciones con los clientes del Hotel Nimbo.

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