—Abel Rivera, ¡por supuesto! —dijo Hernán—. ¡Es el único papi que reconocemos!
—Hernán, quiero hablar con papi… ¡No, quise decir Abel! —dijo Emma enfadada.
Hernán le pasó su móvil a Abel.
—Papi, mami quiere hablar contigo.
Abel tomó el móvil.
—Emma…
—¿Qué significa esto, Abel? ¡Secuestraste a mis hijos! —Emma rugió de modo ensordecedor.
Abel apartó a toda velocidad la cabeza del móvil.
—Cálmate. Timoteo también está aquí. Los traje aquí porque les preparé la cena.
Emma frunció el ceño.
—¿Eso es todo?
—No somos enemigos, ¿verdad?
—Por supuesto que no.
—Entonces, ¿qué te preocupa?
Emma no dijo nada.
«No estoy preocupada. De hecho, me alegro de que estén contigo».
Timoteo agarró el móvil de la mano de Abel.
—Mami, papi me dijo que ya aprendió a cocinar y nos trajo aquí para que probemos su comida. ¿Quieres venir tú también?
—¿Qué fue lo que dijiste? —Emma pensó que había escuchado mal—. ¿Tu papi aprendió a cocinar?
—¡Sí, el Señor Lucas también dijo que es como un profesional!
—Bueno, eso es muy impresionante —murmuró Emma.
Abel tomó el móvil.
—Emma, le pediré a Lucas que te traiga aquí. Ven y enséñame a cocinar.
—¿Eh?
—Quiero aprender a hacer sopa de pollo con verduras y un poco de pasta. Sé que a los niños les encanta. Ven y enséñame.
Emma respiró a profundidad.
—¡De acuerdo!
El Rolls-Royce condujo bajo la lluvia para llevar a Emma a El Precipicio. En cuanto Emma entró en el vestíbulo, los cuatro chicos abrieron los brazos y corrieron hacia ella.
—¿En serio? —dijo Abel, aunque por dentro estaba contento.
—Lo digo en serio. Ni siquiera sé cómo se hace eso.
Emma señaló los platillos de la mesa.
—Lo aprendí del jefe de cocina del Hotel Nimbo. Si quieres aprender a cocinar eso, puedo enseñarte —dijo Abel.
—Pues enséñame. No me importa aprender un par de cosas —dijo Emma mientras se arremangaba la camisa.
Abel comenzó a enseñarle.
—Primero hay que adobar la ternera con los condimentos, cubrirla con fécula y dejarla reposar diez minutos —explicó Abel mientras demostraba el proceso.
—¡Increíble, puedo verlo!
—La primera vez que lo hice, la carne salió dura e insípida como ramitas. ¡No sabía que tenía que dejarla reposar! —Después de una pausa Abel continuó—: También hay una técnica para freír. El aceite tiene que estar lo suficientemente caliente para que la carne no se cocine durante demasiado tiempo. Al final, hay que subir el fuego al máximo para que la carne quede crujiente.
Emma tragó saliva. Tenía hambre. Abel le pellizcó a modo de juego la punta de la nariz con un dedo.
—No seas golosa.
Olvidó que tenía fécula en los dedos. La nariz de Emma estaba manchada de blanco como la de un payaso. Abel le sonrió, pero no dijo nada. Emma siguió aprendiendo de Abel.
—Bien, revuélvelo un poco. Ah, baja un poco el fuego. Cuidado, no te vayas a quemar…

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