Emma se quedó paralizada. Abel bajó la cabeza y le dio un suave beso en la mejilla. Emma no dijo nada. Un segundo después, Abel le dio la vuelta, la abrazó con fuerza y le chupó los labios.
—Mmm…
Emma agitó el cucharón en su mano. Abel tomó el cucharón con una mano, apagó la estufa de gas que había detrás de ella y colocó el utensilio sobre el mostrador.
—Mmm… —Emma gimió y forcejeó.
Quería decirle que la soltara, pero Abel ya la había dejado sin aliento. Lucas los vio por accidente desde la puerta. A toda prisa detuvo a los dos guardaespaldas que se dirigían hacia la cocina.
—¡Váyanse! ¡La cocina no necesita su ayuda!
Los guardaespaldas estaban confundidos.
—¡Peligro adelante! —Lucas señaló detrás de él—. ¡Cuidado!
Los guardaespaldas se asomaron a la cocina.
—¡Oh cielos!
Sin dudar salieron corriendo. Mientras Abel tomaba aliento, Emma aprovechó la oportunidad y dijo:
—¡Suéltame!
La cocina era un lugar peligroso para pelearse, así que Emma no quería llegar a los golpes con Abel. Además, Emma podría no ser rival para Abel cuando se trataba de luchar. Abel se abochornó y su respiración se tornó superficial y rápida.
—Emma, quería decirte… que lo siento.
Emma se sorprendió.
«¡Ja! Se va a casar con Alana pronto. Es por eso por lo que se siente triste».
Emma se detuvo un momento antes de negar despacio con la cabeza. A Abel se le encogió el corazón.
«Ella no acepta mis disculpas. Cierto, ella ya tiene a Benjamín».
—Ejem. —Abel tosió y no dijo nada más.
Encendió las hornillas y empezó a cocinar de nuevo. Los platillos seguían siendo los mismos, pero el proceso era mucho menos interesante. En la mesa del comedor había un suntuoso banquete y el comedor parecía muy acogedor. Abel y Emma intercambiaron miradas. Se sentían realizados con lo que habían conseguido. Timoteo fue el primero en aplaudir.
—¡Increíble, es toda mi comida favorita! Son los mejores, papi y mami.
—¡Me siento como en un restaurante de cinco estrellas! —dijo Sol.
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