—Qué tonta soy —exclamó Emma mientras se golpeaba la cabeza—. Se me había olvidado por completo.
—Creo que es suficiente, Señorita Linares —le aconsejó Delia—. Veo que el Señor Abel parece demacrado.
—Eso es porque estuvo haciéndole compañía a Alana en el hospital —explicó Emma. Sin embargo, enseguida se enfadó y añadió—: De todos modos, no es asunto tuyo. Vete a lo tuyo.
Delia dejó escapar un suave suspiro y bajó las escaleras. Emma llevó el ungüento a su habitación, se tumbó en el sofá y se quedó mirándolo. Abel había planeado venir a aplicarle la pomada. Ignoraba que ella ya se había recuperado del todo tras utilizar su propia fórmula secreta. A pesar de todo, se sintió un poco agradecida porque él seguía pensando en ella. Después, Emma guardó la pomada en el cajón.
A la mañana siguiente, Emma llevó a los trillizos a la guardería antes de dirigirse a los estudios de rodaje para trabajar como doble. Jazmín volvió a aparecer de improviso, pero la visita fue diferente a la de ayer. Con una gran sonrisa en el rostro, Jazmín se plantó delante de Emma, sosteniendo un gran ramo de flores.
Emma era consciente de que la razón por la que se había acercado a ella era Benjamín. Por eso, la miró de arriba abajo. Aunque esta chica tenía una presencia imponente, mantenía un aspecto impecable y parecía una buena chica. El aura poderosa que desprendía era tal vez un comportamiento aprendido a lo largo de sus esfuerzos profesionales. Y es que alcanzar un rango tan elevado a tan tierna edad no era fácil. Emma pensó que Jazmín y Benjamín harían buena pareja.
Jazmín presentó las flores a Emma con una sonrisa encantadora, comentando:
—Son para ti, Emma. ¿No son preciosas?
Emma, vestida de guerrera y con una lanza en la mano, sacudió la cabeza y dijo:
—¡A este general solo le gustan las cosas de hombres, no de chicas!
—Oh, de acuerdo. —Jazmín devolvió las flores antes de entrelazar con ternura su otro brazo con el de Emma—. Oye, Emma, ya que somos mejores amigas, ¿puedo pedirte un favor?
—Bueno, como dice el refrán, no muerdas la mano que te da de comer —citó Emma. Luego, dijo—: ¿Qué pasa? Adelante, cuéntamelo.
—Bueno… —dijo Jazmín mientras se inclinaba hacia Emma—. Me preguntaba si podrías ayudarme a invitar al Señor Benjamín a comer.
Fue como ella había esperado. Emma le puso las cosas difíciles a Jazmín a propósito y contestó:
—¿Por qué no se lo pides tú misma?
Jazmín parecía avergonzada mientras decía:
—La cuestión es que el Señor Benjamín no me da ninguna oportunidad. Siempre me trata con frialdad. Por favor, ayúdame, Emma.
Emma inclinó la cabeza en contemplación. Si invitaba a Benjamín a comer juntos, satisfaría su deseo. Sin embargo, si incluía a Jazmín en la invitación, ¿cuál sería la reacción de Benjamín?
—Emma, dime, ¿puedes hacerlo? —imploró Jazmín, sacudiendo el brazo de Emma.
La sacudida fue tan intensa que la borla roja de su casco empezó a temblar.
—¡Emma, es tu turno! —gritó Simón desde afuera.
—¡Voy para allá!
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