Abel se quedó de piedra. ¿Acaba de decir Emma su nombre en sueños? Estaba soñando con él. Sin embargo, se sintió decepcionado al minuto siguiente, cuando Emma murmuró:
—¡Vete! No quiero volver a verte.
Se sintió frustrado. ¿Cómo podía pedirle que se fuera? ¿Tan enfadada estaba con él? Él empezó a lamentarse.
«Todo es culpa mía, Emma, ¿podrías perdonarme y dejar de enfadarte?».
En ese momento, escuchó la voz de Lucas desde abajo. Estaba siendo interrogado por un policía de patrulla. Lucas intentó explicarse:
—Señor, no intento robar ni nada de eso, ¿vale? Solo estoy buscando un lugar para orinar porque tengo que irme ahora.
—Te multarán por orinar en público —dijo el policía.
—No, señor, ni siquiera me he bajado la cremallera —siguió explicando Lucas.
El policía no estaba de humor para escuchar:
—Déjate de tonterías y paga la multa. Me dan igual tus excusas.
Emma también debió escuchar el ruido, pues se removió un poco en el columpio. Abel se alejó en silencio del balcón y regresó a su dormitorio. Observó cómo se alejaba el policía antes de salir por la ventana del dormitorio y volver al lugar frente a la cochera. Lucas corrió hacia Abel de inmediato.
—¡Señor Abel, por fin ha vuelto!
Abel se puso un dedo en los labios y susurró:
—¡Silencio! Podría escucharnos desde el balcón.
Lucas dejó de hablar y volvieron rápido al auto. Lucas le enseñó a Abel la multa que le acababan de poner:
—¿Qué hago con esto, Señor Abel?
Sin decir nada, Abel sacó su móvil y transfirió el importe exacto de la multa a Lucas. Los murmullos de Emma aún permanecían en la mente de Abel. Ella le pedía que se fuera, y él hervía por ello. Si ella no hubiera dicho nada después de pronunciar su nombre en sueños, él podría haber transferido más dinero a Lucas porque se habría emocionado. Lucas no tenía ni idea de lo que había pasado en el balcón. Al principio ni siquiera estaba seguro de que Abel solo le hubiera transferido la cantidad exacta de la multa. No era propio de Abel; solía ser generoso.
—¿Está bien que me quede fuera del plan mañana? —Lucas frunció el ceño—: No quiero arriesgarme a encontrarme de nuevo con el policía. Puede que la próxima vez no crean mi excusa y me detengan para interrogarme más a fondo en lugar de limitarse a multarme.
—Bien, mañana vendré yo mismo.
Se encogió de hombros Abel. Lucas suspiró y dijo:
—Bueno, podría hacer algo más que esperar aquí. Creo que usted construyó el jardín del balcón, ¿verdad?
—Sí, lo hice. —Abel enarcó una ceja—. ¿Qué propones?
—Usted podría traer al jardinero y decirle que el jardín necesita un recorte. Cualquier jardín necesita una poda de vez en cuando —dijo Lucas.
Abel hizo una breve pausa y sonrió.
—Tienes razón. Podría decirle que nuestro jardinero Mateo exige recortar el jardín porque es su trabajo.

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