Emma lo agarró de los hombros y le dio la vuelta a Adrián. De cara a ella, Adrián acabó dándole un abrazo.
—Emma, ¿no puedo abrazarte? Soy el padre de tus hijos, ¿sabes? —Adrián se levantó del cofre de su auto.
—Deja que te pare ahí, no vuelvas a sacar el tema. Quedamos en cenar juntos como amigos, podemos cancelar la cena si tienes otras ideas. Puedes olvidarte de que somos amigos —respondió Emma.
—Vale. No pensaré lo contrario. Podemos empezar de amigos. —Él levantó las manos en señal de rendición.
—De acuerdo. Mi moto está más adelante. Iré a casa a cambiarme de ropa, espérame afuera de la cafetería.
—¡De acuerdo!
El deseo de Emma fue la orden de Adrián. Justo antes de abrir la puerta de su auto, llamó a Emma con coquetería.
—¿Qué quieres ahora? —Molesta, Emma miró hacia atrás.
—Emma, ponte algo bonito.
Con el ceño fruncido, Emma estuvo a punto de decirle que se largara. Adrián abrió de golpe la puerta de su auto y entró de un salto. Emma iba en moto, recorriendo la carretera. Conduciendo detrás, Adrián intentó seguirla, pero pronto la perdió de vista.
Emma tardó quince minutos en volver a la cafetería. Metió la moto a la cochera y subió a lavarse antes de ponerse un vestido blanco. Cuando Emma bajó, Adrián ya estaba en la puerta. Le abrió la puerta de cristal con una sonrisa radiante, y Emma lo miró con escepticismo.
—¿Por qué tengo la sensación de que no estás tramando nada bueno?
Adrián se tapó la boca con la mano. Se dirigió hacia el auto y abrió la puerta del asiento trasero para Emma. Le había pedido al chofer que condujera hoy el Rolls Royce para poder llevar a los niños a cenar. Incluso había instalado asientos para niños en la parte trasera.
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