«¿Una canción infantil?».
El público se echó a reír.
—Alana, eres demasiado amable —dijo Alondra—. No estoy segura de que pudiera ni siquiera con una canción infantil...
—¡Emma, ignóralos! —Juliana bramó—. ¡No pasa nada si no sabes tocar el piano! Después de todo, ¡tú me diste tres nietos!
Rosalinda miró a Juliana con rencor. Juliana había insultado de manera indirecta a Abel por no poder tener más hijos que Adrián.
—Hmm, déjame intentarlo, ¡ya que es una fiesta después de todo! —Emma intentó bajar la tensión.
—¡Adelante! Podrías probar con «Twinkle, Twinkle Little Star», o «Mary Had a Little Lamb» —animó Alana a su prima.
Emma se sentó al piano. Se apartó la frondosa cabellera del rostro antes de poner los dedos en las teclas del piano. Las primeras notas que tocó eran las iniciales de «Mary Had A Little Lamb», pero sonaban torpes e inconexas.
Alana se alegró en secreto al notar los abucheos y las burlas del público. Sin embargo, de repente, los dedos de Emma aceleraron el ritmo e irrumpieron en una melodía suave y afinada. Estaba tocando «A Comme Amour», una famosa pieza de Richard Clayderman. La pieza empezó suave y juguetona, pero Emma fue construyendo un clímax más melancólico. El público enmudeció al ver a Emma tocar el piano.
Abel Rivera también estaba por completo hipnotizado por la mujer que tenía delante. Estaba acostumbrado a ver a pianistas de talla mundial en el extranjero, pero nadie podía compararse a Emma. Como si lo hubieran hechizado, Abel se acercó a Emma y se puso a su lado. Emma lo miró y sonrió mientras sus manos seguían manejando las teclas del piano, sin romper la melodía. El corazón de Abel se aceleró al contemplar su hermoso rostro desde aquel ángulo. Sus ojos saltones y sus pestañas largas y ondeantes formaban parte de sus fantasías nocturnas.
Alana no estaba nada impresionada y le disgustaba que las cosas no fueran según su plan. Estaba a punto de detener a Emma cuando Abel puso con suavidad la mano sobre el teclado, pidiendo en silencio permiso a Emma para hacer un dúo. Emma comprendió su petición de inmediato y le permitió retomar la pieza desde la mitad. Juntos, terminaron la pieza en perfecta armonía.
La rabia de Alana se fue convirtiendo poco a poco en desesperación. No solo Emma le ganaba tocando el piano, incluso tuvo la oportunidad de hacer un dúo con Abel. Toda Esturia sabía que estaba prometida a Abel Rivera, y aun así apoyaron a Emma y Abel mientras tocaban en dúo.
—¡Emma! —Alana se levantó la falda y caminó rápido hacia Emma, con los ojos encendidos de ira—. ¿Cómo te atreves a seducir a mi prometido?
Levantó una mano amenazadora, dispuesta a darle una bofetada a Emma, pero Abel le agarró la mano antes de que pudiera golpearla, y la apartó rápido de Emma.
—Cuida tus palabras, para empezar, nunca estuvimos comprometidos —gruñó en un barítono bajo.
Todos los invitados de la fiesta eran testigos de su humillación en público, pero ella tenía un as más en la manga. Alana se tapó el rostro y desapareció en la parte trasera de la casa. Un momento después, las luces del candelabro se atenuaron. Un violinista empezó a tocar «Feliz Cumpleaños» mientras cientos de velas iluminaban la sala. El público aplaudió entusiasmado mientras un hombre disfrazado de payaso empujaba un carrito con una impresionante tarta de cumpleaños de cuatro pisos hacia el centro de la sala.
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