—¿Qué? ¿No tienes nada que decir a tu favor? —Alana sonrió con satisfacción—. Emma, eres la misma mujer fácil que recuerdo.
—Ella no se me ha insinuado.
Tras una voz cortante procedente del fondo, una figura imponente se presentó en la puerta. Con la tensión desatada en el café, los curiosos contuvieron la lengua y la respiración. Se rumoreaba que Abel era un hombre despiadado y de corazón duro. No se podía jugar con él.
—¡Abel! —Estupefacta al principio, Alana no tardó en poner el grito en el cielo y aferrarse a él—. Tienes que defenderme. Todo el mundo vio lo que pasó. Tiene los hijos de Adrián, pero vive contigo. ¿No estará intentando meterse en tus pantalones?
—¿Abel? —Adrián frunció las cejas—. No puedo creer que vivas aquí. ¿Qué estás tramando?
—¿Qué estoy tramando? —se burló Abel—. Soy soltero, y la Señorita Linares también. Dudo que vaya contra la ley vivir juntos.
—¡Abel!
La respuesta tomó a Emma por sorpresa. Por si las cosas no fueran ya complicadas, el comentario de Abel no ayudaba en absoluto con la situación.
—Solo te estoy alquilando una habitación. No hay nada entre nosotros.
—Bueno, eso no me impide perseguirte. —Abel puso su brazo alrededor del hombro de Emma—. Por la presente declaro que a partir de este momento eres mi novia. Nadie tiene derecho a cuestionar mi decisión de estar contigo.
Emma se quedó desconcertada. ¿Qué estaba diciendo aquel tipo? Esta no era la manera de sacarla del fuego. Las cosas ya estaban calientes. A pesar de sus esfuerzos por apartar a Abel, era como si intentara mover una tonelada de ladrillos. Abel la estrechó más entre sus brazos. Adrián no lo soportaba.
—¿Qué significa esto, Abel? ¿Intentas robarme a mi mujer?
—¡Emma no es tu mujer! —Abel se burló antes de preguntarle a Emma—: ¿Lo eres?
—¡No lo soy! —respondió Emma.
—¡Pero ha tenido a mis hijos! —Adrián se asustó.
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