—¡Soy yo, por supuesto! —Una de las mujeres se golpeó el pecho con orgullo—: ¡Perdiste contra mí!
—¿Puedo preguntarle su nombre, señora? —Emma sonrió fría—. ¿Su esposo tiene un negocio?
—¡Puedes llamarme Señora Serrano! —dijo la mujer—. Mi esposo es dueño de una gran empresa. Escuchaste hablar de Contratistas Avanzados, ¿verdad?
—Lo sé —dijo Emma—. Su esposo debe ser Valentín Serrano entonces.
—¡Sí es él!
La mujer sonrió todavía con más suficiencia.
—Gracias por facilitarme las cosas.
Emma tomó su móvil y marcó el número de Benjamín.
—¿Conoces a los Contratistas Avanzados de Esturia?
—Sí, Señorita Linares —dijo Benjamín—. ¿La ofendió el Señor Serrano?
—No, pero su mujer si —respondió Emma—. ¡Quiero que Valentín Serrano y toda su familia estén fuera de Esturia para mañana!
—Sí, Señorita Linares. Lo haré por usted —dijo Benjamín.
—Además —continuó Emma—. Hay una tienda de novias aquí que en verdad me molesta. Si no recuerdo mal, nos la alquilan. Quiero que desaparezca antes de esta noche.
—Envíeme la ubicación y yo resolveré el resto por usted —dijo Benjamín.
Emma terminó la llamada y le envió su ubicación actual.
—¡Ja, ja, ja!
Las mujeres y el encargado estallaron en carcajadas como si acabaran de escuchar el chiste más gracioso del siglo.
—¡No esperaba que fuera todavía más desvergonzada!
—¿Cree que puede engañarnos con ese patético intento de broma? ¡Ja, ja, ja! ¡Me muero!
De repente, el estridente timbre de un móvil interrumpió las risas de todos. Era el móvil de la Señora Serrano. Mientras sacaba el móvil del bolso, dijo con suficiencia:
—Es mi esposo. ¡Él probablemente me preguntará si tengo suficiente dinero!
—¡Tch!
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