En cuanto Emma guardó el móvil, Abel recibió una llamada de Benjamín.
—La Doctora Maravilla aceptó su invitación, pero no puede garantizar que pueda hacer nada con la afección sanguínea.
—Mientras esté dispuesta a intentarlo —dijo Abel—. No perderé ninguna esperanza. Puedes poner el precio que quiera.
—No se preocupe por los honorarios de la consulta.
—No. ¡Renunciaré a toda mi fortuna si eso significa que el niño puede salvarse!
Benjamín se conmovió.
—De acuerdo, Señor Rivera. Haré los arreglos.
Cuando Emma vio que Abel guardaba el móvil, se pellizcó con discreción cierto punto del cuerpo. Se cubrió la frente y dijo con debilidad:
—Abel, me siento mareada.
—¿Qué pasa, Emma?
Abel estaba preocupado.
—Yo...
Los ojos de Emma se vidriaron y se desmayó en los brazos de Abel. Delia se apresuró a decir:
—Debe de estar agotada. Llévela con un doctor.
—Estamos en el departamento de pediatría —le recordó Lucas.
Abel cargó a Emma en brazos y corrió al servicio de consultas externas. Unos quince minutos más tarde, ella se despertó en la sala de observación ambulatoria.
—Ya estoy bien. Deberías ir a ver a Astro —le dijo a Abel.
—El tío Lázaro y la tía Juliana están allí. Estoy más preocupado por ti —dijo Abel mientras acariciaba los dedos de Emma.
—¡Estoy preocupada por Astro! —Las lágrimas empezaron a correr por el rostro de Emma—. ¿Por qué tiene que sufrir él? No basta con que tenga una afección sanguínea, ¡también tiene un padre poco confiable!
—No te preocupes. Estoy aquí para ti —la consoló Abel mientras le secaba las lágrimas—. La Doctora Maravilla llegará pronto. Tal vez ella tenga una forma de salvar a Astro.
—Entonces deberías esperarla en el departamento de pediatría. —Emma lo apartó con suavidad—. Iré allí cuando me sienta mejor.
Después de que los dos hicieran sus preparativos, se dirigieron a la sala de pediatría. Lázaro y Juliana estaban en la puerta. Abel estaba de pie junto a la cama, consolando a Evaristo. Hernán y Edmundo también estaban allí.
—La doctora llegará pronto. Te pondrás bien, Astro. Esperaré a que te mejores —dijo Abel mientras tocaba la frente de Evaristo—. Eres un niño valiente, y nada es demasiado desafiante para ti.
—Sí, Astro —dijo Hernán—. Luna y yo estamos esperando a que te mejores.
—Todos somos los hijos predilectos de mamá —dijo Edmundo—. Tendrás que ponerte mejor. ¡Nada puede separarnos!
—Pero papi, ¿mami se encuentra mejor? —Evaristo hizo un puchero y tomó la mano de Abel—. Mami debió trabajar demasiado cuidándome.
—Mami ya está descansando —dijo Abel y le besó la mano—. Cuando se encuentre mejor, volverá a estar a tu lado.
Las lágrimas inundaron los ojos de Evaristo.
—Gracias por animarme siempre, papi. Deberías ser mi verdadero papá.
«...».
Abel sintió un nudo en la garganta y las palabras le fallaron en ese momento. Estiró los brazos y acercó a los tres niños a él.

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