"¿Crees que me voy a tragarme esa historia? Te conozco demasiado bien. ¡Siempre tan meticuloso, buscando la perfección y Zulema, ella es la niña de tus ojos, te mueres de miedo pensando que le pueda pasarle algo, seguro planificaste todo al detalle!".
Roque la miró fijamente: "Ahora que Zulema está en tus manos, no puedo hacer movimientos bruscos. Vine solo para que te quedes tranquila, para negociar".
"No hay nada que negociar".
"Te daré lo que pidas, lo que sea", Roque la observaba con intensidad. "Todo lo que esté en mis manos".
"¿De verdad? ¿Lo que sea?".
"¡Sí!".
Reyna contestó: "Hace un rato, Zulema decía lo mismo. ¡Qué sincronizados están ustedes dos! De verdad que están hechos el uno para el otro, me sorprenden".
Zulema miraba el rostro de Roque, él parecía más severo que de costumbre, pero mirándolo bien, se notaba el pánico en su expresión, estaba asustado.
Él en vedad temía que Zulema se lastimara, que ella se alejara para siempre, eso era algo que él no podría soportar. Por eso, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para salvarla, incluso si eso significaba sacrificar su propia vida.
"Hablemos", Roque finalmente dijo. "Reyna, si la sueltas, podemos llegar a un acuerdo".
"Si la suelto, pierdo mi ventaja". La emoción de Reyna era palpable, sus manos se movían sin parar, y el filo del cuchillo rozaba la piel de Zulema, acentuando la herida, la sangre no dejaba de fluir, el color carmesí hería la vista de Roque.
"Puedes venir contra mí", dijo Roque. "Puedes poner el cuchillo en mi garganta si quieres, pero te lo suplico, suelta a Zulema".
Reyna estalló en carcajadas: "¿Qué dijiste hace un momento?".
"Te lo ruego, déjala ir".
"¿No me habré equivocado eh? ¿El mismísimo presidente Malavé está suplicándome? ¡Ja, ja, ja, ja! Zulema, ¿escuchaste? ¿No te conmueve esto? ¡El orgulloso Roque está suplicándome por ti!".
En ese momento, Zulema sentía un torbellino de emociones en su interior. El dolor en su cuello parecía desvanecerse, lo que más le dolía era el corazón, quizás, ella y Roque se separarían para siempre, sin esperanza de volver a encontrarse.
Reyna gritó con locura: "¡Es inútil, dejen de hacerse los enamorados delante de mí! Roque, ¿ves mi cara? Me la destrocé yo misma con este cuchillo, y ahora quiero que el rostro de Zulema quede igual", levantó el cuchillo con fuerza y lo acercó hacia el rostro de Zulema.
"¡No!".
"¡Ah!".
Roque casi podía escuchar el sonido de la carne desgarrándose, su corazón se contrajo con dolor, casi impidiéndole respirar. La cara de Zulema se torció hacia un lado, y en su mejilla apareció una larga y roja herida de unos cuatro o cinco centímetros.
La risa maniática de Reyna resonó: "¿Qué tal? ¿Lo ves? ¿Te duele? Roque, esto es solo el comienzo, la primera herida, aún quedan la segunda, la tercera, ¡y muchas más!".
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