"Deja de meterte en asuntos de mujeres". Sania hizo una mueca y, tomando a Zulema del brazo, la llevó hacia la oficina.
Eloy se quedó sin palabras, pareció que él sólo era un peón, útil para resolver problemas y luego olvidado. "Ay, las mujeres son un lío".
Ya en la oficina.
"Gracias, Sania", le dijo Zulema. "Después de tantos años, siempre eres la primera en ponerse delante para protegerme".
"Somos como hermanas, ¿no? Pero quiero que seas honesta conmigo, no me escondas nada. Zulema, la amistad también necesita ser cuidada y cultivada".
"Está bien".
Sania la miró fijamente: "Aunque a Reyna no le caes bien, tampoco es para que te busque problemas tan seguido. ¿Hay algo más entre ustedes dos?".
Tras unos segundos de silencio, Zulema confesó lo que había pasado aquella noche.
"No sé quién es ese hombre, pero quedé embarazada de él. Reyna y Arturo lo saben, pero no me lo dirán, ella quiere que pierda al bebé".
"Ahora entiendo todo", Sania estaba tan sorprendida que no podía cerrar la boca. "Entonces, ¿estás embarazada ahora?".
"Sí".
"Pero eso, ¡deberías abortar, si ni siquiera sabes quién es el padre!".
Zulema bajó la mirada: "Creo que él vendrá a buscarme".
"Zulema, no seas tonta. Un hombre que ni conoces ni sabes cómo es, no vale la pena".
"Esa noche, aunque él estaba drogado, se comportó como un caballero conmigo".
Sania preguntó: "¿Estás enamorada de él?".
"¿Enamorarse?". Zulema suspiró: "Uf, esa palabra es demasiado lujosa en mi vida, no me atrevo a soñar con ella".
"¿Y ahora qué vas a hacer?". Sania ya estaba desesperada: "¿Vas a tener al bebé?".
"Sí. Quiero este niño, no por nadie más, sino por mí". Todos los niños eran ángeles. Zulema pensó que el bebé la había elegido como madre, entonces no podía fallarle.
Después de reflexionar mucho, Sania finalmente dijo: "Bueno, si esa es tu decisión, la respeto y siempre te apoyaré", mostró una sonrisa cálida.
Con Sania a su lado, se sentía reconfortada, agregó: "Tal vez, tal vez encuentre al padre del niño, o tal vez nunca sepa de él".
"No importa, el bebé te tiene a ti, ¡y a mí como su madrina, eso es suficiente!".
"Claro, Sania, tienes que ser la madrina".
Sania también se rio: "Por supuesto. Bueno, por el bien de mi ahijado, intentaré averiguar lo que sucedió esa noche, quizás pueda encontrar al hombre".
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Fuga de su Esposa Prisionera