La mera chingona romance Capítulo 3

Elizabeth hizo una rápida adivinanza en su cabeza.

«Este hombre debe ser Alexánder, el hijo mayor de la familia Galicia».

Pero ella no pudo hablar debido a que el hombre prosiguió:

—Abre tus ojos y ve en la habitación de quién estás.

Elizabeth estaba espantada, la poca luz de luna le permitió darse cuenta de que esa no era su habitación.

«Eso explica por qué me sentía diferente cuando estaba durmiendo. ¡No puedo creer que me metí en la habitación equivocada!»

Ella se levantó de la cama y se disculpó llena de vergüenza:

—Bueno, pido perdón. Me metí en la habitación incorrecta. No fue mi intención.

—Largo —contestó el hombre con una voz profunda.

Así fue como Elizabeth se fue apenada.

Elizabeth aún se sentía adormilada al día siguiente y, cuando bajó, ella escuchó a Daniel decir con una sonrisa:

—Esa mujer es horrenda, Alexánder. Me enteré por parte de las sirvientas que ella entró a tu habitación la otra noche. No te espantó el sueño del susto, ¿o sí?

Elizabeth frunció el ceño ante las palabras de Daniel. Como ella supuso, el hombre al que conoció esa noche era Alexánder.

Alexánder no dijo ni una palabra.

«¿Horrenda?»

Se preguntó a sí mismo. Él no llegó a ver el rostro de Elizabeth con claridad esa noche con las luces apagadas, pero él recuerda, con cierta dificultad, la impecable piel blanca de la mujer que llevaba puesta un camisón para dormir y con su cabello colgante sin trenzas.

Mientras que ellos hablaban, Alexánder se percató que Elizabeth venía bajando de las escaleras. Ella se había cambiado de atuendo, pero su piel oscura como el carbón y los lunares en su rostro la hacían lucir tan fea como una blasfemia. Él apretó los labios al creer que sus ojos lo habían engañado esa noche. Elizabeth también volteó a ver a Alexánder, quien lucía impecable y perfecto en su traje negro. Los rasgos en su rostro eran tan refinados que parecían haber sido tallados con mucho esfuerzo por los mismísimos dioses, incluso emanaba una poderosa aura que lo hacía parecer digno de admiración.

Ella lo escuchó decir en una voz atractiva y profunda:

—Me retiro a mi oficina —dicho eso, se fue sin haberle dado otro vistazo a ella.

Daniel le echó una mirada a Elizabeth para luego decir a modo de burla:

—Ahora entiendo por qué actuabas de una manera tan ordinaria en frente de nosotros cuatro el día de ayer, ¡pues resulta que le estás echando el ojo a Alexánder! Vaya, vaya, ¡no esperaba que fueras tan difícil de predecir, Elizabeth!

Capítulo 3 Fea como una blasfemia 1

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