Moana
No puedo expresar con palabras el alivio que sentí cuando el médico me dijo que Edrick se pondría bien.
—Bueno, creo que ahora estarás bien —dijo el médico mientras Edrick se ponía en pie sin problemas. —Descansa hoy y estarás bien para mañana.
Edrick asintió. Ambos vimos cómo Selina y el médico salían de la habitación, dejándonos a Edrick y a mí solos una vez más. Al instante, me volví hacia él con el ceño fruncido.
—No me asustes así —le dije con voz regañona, pero tranquila. Antes de que Edrick pudiera responder, lo llevé hasta la cama y lo obligué a tumbarse, tal como había ordenado el médico.
—Caray —dijo Edrick, acostándose. —Lo entiendo. Tú no necesitas preocuparte por mí ahora, sin embargo...
Sacudí la cabeza y fruncí aún más el ceño. Había tantas cosas que quería decirle; quería decirle que era un maldito idiota por apartarme. Quería preguntarle si ahora se daba cuenta de que, después de todo, me necesitaba, y que no había sido inteligente por su parte dar por sentada mi presencia. Pero cuando lo miré y vi cómo se subía las mantas hasta el pecho y me miraba fijamente con sus gélidos ojos grises, no me atreví a regañarlo. Me alegraba de que estuviera bien y quería cuidar de él.
—Te traeré un té —dije en voz baja. Giré sobre mis talones y salí de la habitación, luego me dirigí a la cocina para poner la tetera en marcha. Selina seguía dándole al médico el resto de los frascos de pastillas que le quedaban a Edrick junto a la puerta principal, y pude oír cómo le daba instrucciones estrictas sobre cómo vigilarlo para asegurarse de que no probara nada más para dormir, como drogas ilícitas o demasiado alcohol. Mientras hablaban, preparé una tetera de manzanilla y esperé a que hirviera el agua.
Intenté acercarme de nuevo a mi loba para ver si se encontraba mejor, pero seguí sin obtener respuesta. Parecía estar durmiendo de nuevo, y cuando se movía un poco, no era por mucho tiempo. Esto me puso nerviosa; decidí entonces que, si esto seguía así durante mucho más tiempo, tendría que averiguar por qué estaba ocurriendo. Seguía pensando que era el embarazo, pero no estaba segura.
De repente, Selina entró en la cocina y vio que estaba preparando el té de Edrick. Incluso, había empezado a preparar el desayuno para los dos sin darme cuenta del todo; hasta yo estaba agotada después de la noche anterior y todo el calvario de aquella mañana.
—Pareces cansada —dijo Selina con un suspiro. —Déjame cuidar de Ella hoy.
Sacudí la cabeza y ahogué un bostezo.
—No pasa nada. No te obligaré a hacerlo.
Selina frunció el ceño mientras me miraba.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La niñera y el papá alfa