En un lujoso fraccionamiento a las faldas de una montaña del Distrito Abundancia. En la habitación poco iluminada y llena de una fragancia de manzana. En la cama rosa con sábanas arrugadas Sergio estaba sentado con los ojos entreabiertos. Como sus gruesas y negras pestañas le cubrían los ojos, no vio a Pamela Cervantes, que había aparecido de repente ante él.
Abrió sus labios sonrosados con sensualidad. Era como un ángel hecho por un escultor, con una apariencia física exquisita, un carácter encantador y una sonrisa siempre seductora en el rostro. La mujer que estaba hincada ante él complacía sus partes más sensibles con su lengua mientras lo invitaba con una voz encantadora.
-Lo quiero.
Suplicó la mujer. Él bajó la cabeza y dejó escapar una sonrisa traviesa mientras le levantaba la barbilla.
-¿Lo quieres? Mhmm. Hoy estoy un poco cansado, quizás otro día.
Dijo Sergio con frialdad mientras se levantaba y entraba en el baño. Esta noche le pareció poco interesante. Salió del fraccionamiento poco después. Una vez que llegó al exterior, llamó a Blanca. El móvil sonó una, dos, tres veces... Y Blanca no contestó.
Curvó sus labios de manera siniestra mientras murmuraba:
«Estás jugando tus jueguitos conmigo, ¿verdad? Muy bien.
Entonces marcó el número telefónico de su apartamento en el centro de la ciudad. De nuevo, el teléfono sonó una, dos, tres veces... Su paciencia se estaba agotando poco a poco.
-¿Hola? -La sirvienta de la casa contestó al teléfono con sueño.
-¿Dónde está la Señora? -Sergio preguntó con frialdad.
-¡Ah, es usted, Señor! La Señora no ha regresado todavía.
-Hoy no está de guardia, ¿verdad? -La expresión de
Sergio se volvió más fría.
—No, no está de guardia.
Sergio colgó en cuanto la sirvienta dijo eso. «Blanca, ¡¿además ahora vas a pasar la noche fuera?!». Condujo más rápido hacia el hospital. Blanca volvió al hospital y sacó su móvil del cajón.
Había una llamada perdida de Sergio a las 2:31 de la madrugada. Dejó escapar una sonrisa triste y no volvió a guardar el aparato en el cajón. Sacó unas vendas adhesivas y antiséptico del cajón y se dirigió al espejo antes de inclinar el cuello. Había una cicatriz en el lugar donde la aguja la había pinchado.
No se notaba a menos que alguien la mirara de cerca. De todos modos, para estar segura, se puso una vendita en la herida. Se sentó de nuevo en la silla y aplicó el antiséptico en las heridas del brazo con un poco de algodón. Después de curarse, descansó en la cama.
¡Clac!
La puerta se abrió de un empujón. Blanca se sentó de inmediato. Al verla, una encantadora sonrisa se dibujó en el tenso rostro de Sergio. Metió las manos en los bolsillos y caminó despacio hacia ella:
-Hoy no estás de guardia, ¿por qué no te has ido a dormir a casa?
Blanca miró la marca en su cuello, «¡acaba de terminar sus asuntos!».
-¿Por qué estás aquí? -preguntó ella ignorando la pregunta de él y se puso los zapatos mientras se levantaba.
-Solo pasaba por aquí -dijo Sergio con indiferencia. Entonces se fijó en el vendaje de su cuello. Dejó escapar una sonrisa sarcástica-: Blanca, ¿cuándo aprendiste a ganarte la simpatía de los demás haciéndote daño?
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