Aquel día era un tormento, en realidad, todos los días eran un tormento desde que Adalet había vuelto a aparecer en su vida. Enzo sabía que el tiempo se le había terminado, y la última advertencia que su padre le dijo, marcaba el inicio de una desesperación sin precedentes que le impedía conciliar el sueño, y lo sumergía en lo profundo de un abismo que parecía no tener fondo.
DESHEREDADO.
Esa palabra no dejaba de darle vuelta en su mente, volviéndolo un poco más loco, y desesperándolo al borde de la demencia al no saber que hacer.
Los médicos le habían dicho que ya no había vuelta atrás para aquella intervención quirúrgica que le habían hecho; el simplemente ya no podría tener hijos, y eso lo condenaba a ser un miserable desheredado que cargaría por siempre la vergüenza de no ser capaz de procrear.
Sara no había dudado ni un momento en decirle a su padre la verdad, y ahora ella se pavoneaba ante el recalcándole a cada instante que ella nunca había sido la estéril, y que, para gran vergüenza suya, el estéril era él. Aquello era terrible en todas las formas que le vinieran a la mente, ahora sería el hazmerreir de toda la alta sociedad de New York, la burla de todos ellos quien no dudarían en humillarlo. Abriendo una botella de licor, se embriagaba de nuevo para olvidarlo todo, realmente, quería olvidarlo todo.
Después de una tarde cargada de trabajo y de pasteles con crema y fresas, Adalet y Bastián habían decidido salir a cenar solos para disfrutar de la compañía de otro. Eleven Madison Park, era uno de los mejores y más costosos restaurantes de la ciudad, y, sin importar si alguien los veía o no, Bastián había reservado una mesa para ellos con una fabulosa vista a la ciudad, y, por supuesto, de Central Park.
—La vista es realmente una delicia — dijo Adalet disfrutando de aquello.
Bastián sonrió complacido.
—Por supuesto, sabía que te gustaría cenar aquí, además, te aseguro que los maridajes de este lugar son de lo mejor que hay en toda la ciudad — respondió como un gran conocedor.
—Supongo que esta bien cenar algo lujoso de vez en cuando acompañado de un buen vino, en lugar de una grasosa hamburguesa con una gaseosa y papas fritas — dijo Adalet logrando sacar una risa en Bastián.
—No me molestaría cenar eso el resto de mi vida, triste es lo mucho que eso afectaría mis arterias, terminaría siendo una copia exacta de Homero Simpson si realmente lo hago — respondió Bastián bromeando, logrando hacer reír a Adalet.
—Bien, brindemos por las hamburguesas, y por Homero — sugirió Adalet alzando su copa.
—Amén por eso — respondió Bastián.
La divertida pareja no se había dado cuenta de que estaban siendo atentamente observados por una elegante mujer que no perdía detalle alguno de ellos. Miraba con atención a la hermosa pelirroja que parecía resplandecer con cada sonrisa, y notaba como era que su hijo reaccionaba hacia ella con toda naturalidad, como cuando era un niño.
Beatrice Myers, se encontraba sola cenando en aquel restaurante, intentando escapar del mal humor de su marido. Había sido toda una sorpresa ver a Bastián, su hijo, entrando con aquella hermosa mujer de finos rasgos y cabellos exóticos, en aquel lujoso lugar en donde podía ser fácilmente reconocido por cualquiera.
Notaba el brillo en la mirada de su amado hijo; aquella felicidad radiante no la había visto desde que era un pequeño y le mostraba lo que hacia con sus juguetes o cada que descubría algo nuevo sobre los dinosaurios. No tenia idea de quien era esa bellísima joven que lo estaba acompañando, pero le quedaba más que claro que su Bastián estaba perdidamente enamorado de ella, así, como ella parecía estarlo de él.
Una vez que los había visto terminar su cena, y la joven dama había dirigido sus pasos hacia los baños, Beatrice no dudo un segundo en caminar apresuradamente hacía Bastián, quien, al verla, se había puesto tan pálido como un fantasma.
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