Con tantas miradas sobre ella, Sandra empezó a sudar y su cara se puso más blanca. Apretó los labios estrechamente y casi lloraba.
—Señor Santángel, créame, solo quiero salir de aquí. Si me ayudas, haré lo que quieras.
Ella le seguía pidiendo a Umberto mientras lloraba y miraba a otros hombres para que la ayudaran.
Lo que hizo molestó a Umberto.
Odiaba que usara los ojos que se parecían a los de Albina para hacer cosas así.
Albina tenía ojos preciosos, pero nunca veía a los demás con esa mirada.
Eso era una humillación para Albina.
Cuando pensó eso, quería hacer que el camarero la expulsara. Pero de repente, la puerta se abrió de un golpe.
Como el cuarto era silencioso, el sonido fue muy evidente.
Al abrirse la puerta, Macos entró con una mujer. Era Albina.
—Qué gran espectáculo.
Con expresión fría, Albina se fijó en la mujer arrodillada.
—¡Albina!
Umberto se levantó de un tirón. Desapareció el odio en su cara y estaba sorprendido y excitado.
Luego, fue hacia ella y la abrazó.
Umbertó abrazó su cabeza y cintura antes de que Albina reaccionara.
Ell puso su oreja en su pecho para poder escuchar con claridad sus latidos.
—¿Por qué regresaste sin decirme?
Umberto suspiró. La extrañaba mucho.
Albina lo abrazó.
—Quería darte una sorpresa. Pero no se me ocurrió que me darías una primero.
Albina y Macos habían visto todo lo que pasó.
Ella conocía mucho a las mujeres, por eso sabía qué quería la mujer.
Aunque parecía que solo era un estudiante que se veía obligada a hacer cosas así, era evidente que lo que hizo y lo que dijo eran para lograr la atención de Umberto.
Albina sabía claramente que el propósito de Sandra.
No entró inmediatamente solo para ver las reacciones de Umberto y no decepcionarse.
Albina quitó sus brazos y miró alrededor.
Los presentes se fijaban sorprendidos en ella.
La mayoría de ellos no la había visto ni sabía de su existencia, pero al entrar, notaron la excitación de Umberto.
Entendían que era una persona importante para Umberto y no podían tratarla mal.
Sandra se sentó en el suelo. Estaba tan asustada que no podía decir algo. Se fijó en Albina con la boca un poco abierta y las lágrimas en sus mejillas.
La mirada de Albina le asombró.
Al ver acercarse a Albina, Sandra bajó la cabeza. No se atrevía a verla y se sentía muy nerviosa.
Albina rio fríamente. Se puso en cuclillas y levantó la cabeza de Sandra para obligarla a verla.
Observó su cara y se fijó en sus ojos. Aunque Albina tenía una risa atractiva, causaba temor.
—Qué casualidad, tenemos ojos similares.
Albina dijo en voz baja. Tenía una duda, así que le preguntó:
—¿Quién te envió? ¿Y para qué?
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