- ¡Los presagios celestiales descienden!
- ¡Debe haber aparecido un ser divino!
La luna plateada dominaba el firmamento, mientras la noche desplegaba su manto oscuro, salpicado por un sinfín de estrellas que parpadeaban con intensidad, iluminando la vasta tierra bajo ellas.
Pero en medio de ese océano estrellado, una visión única capturaba toda la atención: una ráfaga de relámpagos de siete colores danzaba con una energía vibrante, tan brillante que parecía eclipsar incluso a las estrellas más resplandecientes.
En la cima del palacio imperial de las Nueve Provincias, un anciano vestido con una túnica dorada observaba el fenómeno con las manos cruzadas a su espalda. Su mirada penetrante parecía atravesar el cosmos, presagiando el advenimiento de un acontecimiento que cambiaría el curso de la historia.
A sus pies, decenas de miles de guerreros de élite de la capital imperial se arrodillaban en absoluto silencio. Sus rostros serios y sus ojos solemnes reflejaban la tensión contenida mientras aguardaban órdenes.
- ¡Hummm!
De pronto, los relámpagos en los cielos convergieron con una fuerza sobrecogedora, formando un rayo divino de siete colores que descendió como un castigo celestial directo hacia la tierra.
El cielo nocturno se transformó en pleno día, una explosión de luz cegadora que hizo que el tiempo pareciera detenerse.
Antes incluso de que el rayo alcanzara el suelo, un temblor violento sacudió la tierra. Todo a su alrededor vibraba con una fuerza indescriptible, como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración ante una fuerza divina que amenazaba con desencadenar su furia.
Pero entonces, cuando el relámpago de siete colores finalmente tocó la tierra, no hubo caos ni destrucción. En lugar de desatar una catástrofe, el rayo simplemente se desvaneció, disipándose en el aire como un espejismo, dejando atrás un silencio que parecía aún más profundo que antes.
La oscuridad volvió a cubrir la tierra con rapidez, y el cielo nocturno, que antes irradiaba majestuosidad, se apagó por completo. Era como si una energía misteriosa hubiese sido consumida, dejando atrás una atmósfera de calma inquietante y un silencio casi sobrenatural.
El anciano de la túnica dorada temblaba, no por miedo, sino por una emoción que brillaba intensamente en sus ojos.
-Dentro de los límites de la Provincia Azure, recojan a todos los recién nacidos que hayan venido al mundo esta noche y llévenlos a la Ciudad Imperial -ordenó con voz firme, apuntando hacia el lugar donde había caído el relámpago.
- ¡Según su orden!
Decenas de miles de especialistas de la Ciudad Imperial partieron sin demora hacia la Provincia Azure. Su misión era clara: localizar al portador del Cuerpo Divino y entregarlo a la corte real.
Aquella noche grandiosa y llena de misterio quedó grabada en las memorias de quienes tuvieron la fortuna de presenciarla. Sin embargo, las acciones del imperio permanecieron ocultas, y nadie fuera de los altos círculos imperiales pudo imaginar la conmoción que esa noche había traído a la capital.
Cinco años después...
En el corazón de la Provincia Azure de las Nueve Provincias, la Escuela del Dragón Azul se erigía como una entre las incontables academias dedicadas al cultivo.
Era el día del reclutamiento anual, y las multitudes fuera de la escuela se amontonaban con expectación.
Los discípulos del patio exterior, siempre atareados, asumían las responsabilidades relacionadas con el ingreso de nuevos aprendices. Eran el rango más bajo de la escuela, relegados a tareas ingratas y sin prestigio.
Despreciados por los forasteros y menospreciados por sus pares, el título de discípulo del patio exterior era sinónimo de fracaso. Su bajo talento los condenaba a una lucha perpetua por alcanzar cualquier logro significativo.
- ¡Oye! ¿Qué clase de actitud es esa? ¿Sabes quién soy yo? -gritó una chica ataviada con ropas caras, señalando con desdén a un joven que llevaba a un niño en brazos.
-Lamento mucho el inconveniente. Como ya es tarde, la escuela cerrará pronto. Por favor, regresen mañana -dijo el joven con una voz tranquila. Su rostro juvenil y delicado no ocultaba el destello de determinación que se reflejaba en sus cejas.
Su nombre era Chu Feng. Uno entre los miles de discípulos del patio exterior de la Escuela del Dragón Azul, con apenas quince años.
Aunque ocupaba un rango inferior, Chu Feng no era como los demás. Nunca se menospreciaba ni se dejaba intimidar. Tranquilo y seguro de sí mismo, enfrentaba a los demás sin temor ni vacilación.
- ¿Regresen mañana? ¿Acaso crees que somos idiotas? ¡Estamos en las montañas! ¿Dónde se supone que vamos a pasar la noche? -exclamó la dama, furiosa-. ¡Deben proporcionarnos un lugar para quedarnos! Si no lo hacen, iré a buscar a sus superiores para exigir explicaciones.
La mujer no parecía dispuesta a razonar. Incluso se atrevió a agarrar la ropa de Chu Feng, exigiendo que cediera a su demanda.
- ¿Chu Feng, te has metido en problemas otra vez?
Una voz dulce interrumpió la escena.
Al voltear hacia la dirección del sonido, apareció una joven vestida con un elegante atuendo morado. Aunque una leve sonrisa adornaba sus labios, sus ojos ardían con una ferocidad que apuntaba directamente a la dama.
El rostro de la mujer cambió de inmediato. El miedo se apoderó de ella al reconocer el distintivo de la joven: la túnica morada que solo llevaban los discípulos internos.
Maldecía en silencio su mala fortuna. Había creído que podría usar su estatus para intimidar al joven desprevenido.
¿Quién iba a imaginar que aquel chico, que parecía insignificante, tenía el respaldo de alguien de tan alto rango? Los discípulos internos eran una autoridad intocable, y desafiar a uno era una insensatez.
-No, no es nada. Solo le estaba haciendo algunas preguntas -balbuceó la dama, ahora con una sonrisa nerviosa.
La joven no desvió la mirada de la dama y, con una voz fría y autoritaria, pronunció una sola palabra:
-Lárgate.
El cuerpo de la mujer tembló al instante, y su rostro se tornó ceniciento. No se atrevió a protestar ni a demorar. Tomó al niño en brazos y se apresuró a marcharse. En su prisa y confusión, tropezó torpemente, haciéndola lucir aún más patética.
Chu Feng observó la escena con resignación, sacudiendo ligeramente la cabeza. Luego, giró hacia la joven a su lado y, con una sonrisa respetuosa, dijo:
-Muchas gracias, Chu Yue.
-No hace falta que seas tan formal, ¿o no somos familia? -respondió Chu Yue, con un toque de disgusto en su tono.
Tenía razón. Después de todo, eran familia. Ambos pertenecían al clan Chu.
Chu Yue era prima de Chu Feng, hija del hermano de su padre. Solo le llevaba un año de diferencia, pero su talento la había puesto en una posición destacada.
Hace tres años, Chu Yue había superado el examen para convertirse en discípula interna y, desde entonces, su progreso había sido notable. Ahora se encontraba en el cuarto nivel del Reino del Espíritu, un logro que pocos podían igualar.
-Las reglas de la escuela están para cumplirse -respondió Chu Feng con una sonrisa brillante.
[NT: Lo que quiso decir con seguir las reglas de la escuela era ser respetuoso con los mayores, ya que los discípulos internos > discípulos del patio exterior]
Al notar el comportamiento de Chu Feng, Chu Yue no pudo evitar sentir un leve dolor en el corazón.
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