Ricardo estaba sentado en uno de los sillones de descanso en el vestíbulo, hablando por teléfono, justo de frente a los elevadores. Por eso, en cuanto Amelia salió del elevador, de inmediato la vio.
—Señorita Soto.
Ricardo se puso de pie y se acercó a ella, todavía con unos documentos en la mano.
Amelia le devolvió el saludo con un leve gesto de cabeza, manteniendo la cortesía.
Entre ella y Ricardo no había ningún resentimiento. La noche anterior, durante la cena, él se había mostrado sincero al buscar una colaboración; simplemente, el contrato fue retirado a mitad de la reunión por Dorian.
—¿Va a salir, señorita Soto?
Ricardo le preguntó con una sonrisa, como si lo de anoche no le hubiera dejado ni una pizca de malestar.
—Sí.
Amelia volvió a asentir de forma educada, pero no se detuvo; mientras caminaba, ya estaba usando su celular para pedir un carro.
Ricardo se dio cuenta y comentó:
—¿A dónde va, señorita Soto? Si quiere, la puedo llevar. Hoy no tengo nada urgente que hacer.
—No hace falta, gracias.
Amelia levantó la vista para agradecerle, mientras sus dedos ya confirmaban el viaje en la aplicación.
En realidad, ni siquiera sabía la dirección exacta a donde debía ir. Solo tenía claro que era en la zona este de Maristela, cerca del lago.
—No sea tan formal, señorita Soto —Ricardo no parecía molesto por el rechazo—. Como usted acaba de llegar, quizá todavía no conoce bien Maristela. Yo soy de aquí, si quiere puedo ser su guía.
—De verdad, no se preocupe.
La negativa de Amelia fue clara y sin titubeos.
—Gracias, señor Ricardo.
Ricardo tampoco insistió más en el tema.
—No se preocupe, señorita Soto.
Después le extendió los documentos que llevaba.
—Señorita Soto, anoche al regresar a casa lo pensé bien y he decidido que este proyecto se firme a través del Estudio de Arquitectura Esencia-Rufino.

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