Rufino no alcanzó a escuchar lo que decían al otro lado de la llamada, pero vio cómo Dorian respondía con un simple —Está bien— antes de colgar el teléfono.
—Dori, te lo digo por tu bien, cálmate —le aconsejó Rufino con seriedad.
Rufino lo miró directo a los ojos, con una expresión que no dejaba lugar a bromas.
—Si de verdad llegas al punto de pelear por la custodia de la niña contra Amelia, entre ustedes ya no va a quedar nada. Así, tal cual, olvídate de reconciliaciones.
Dorian desvió la mirada hacia él.
—¿De verdad crees que ahora todavía hay alguna posibilidad? —preguntó, usando un tono tan tranquilo que cualquiera se habría tragado el cuento.
Su voz sonaba serena, y sus ojos no mostraban ni una gota de emoción.
Pero Rufino lo conocía demasiado bien. Sabía que todo era apariencia. Dorian estaba lejos de estar en calma.
Era obvio que el video que Yael le había mandado lo había dejado tocado.
Pelear por la custodia era la única forma de asegurarse de que Amelia no tuviera cabeza ni tiempo para andar buscando pareja.
Pero, al mismo tiempo, Dorian estaba abriéndole la puerta a Ricardo.
Una mujer vulnerable, sin apoyo, siempre corre el riesgo de que alguien más la aproveche.
Si la pelea por la custodia llegaba de verdad, Amelia no tendría nada que hacer ante Dorian.
Pero si Ricardo se plantaba firme a su lado, la historia cambiaba: Dorian tampoco tendría cómo ganar.
—Dori —le soltó Rufino, poniéndose aún más serio—. Estás borracho. Hazme caso, vete a dormir tranquilo a tu casa. No tomes decisiones después de unos tragos ni en la madrugada, tú mismo me lo enseñaste. Ahora mismo no estás pensando con la cabeza fría.
Dorian lo miró de reojo, sin molestarse en rebatirlo.
Sabía perfectamente que Rufino tenía razón: estaba alterado, incapaz de serenarse.
Y no podía hacer nada para calmarse.
Esta vez, la situación no tenía nada que ver con el divorcio.
Cuando se divorciaron, fue como una separación civilizada, casi sin resentimientos.
Pero esto era diferente. Ni siquiera habían terminado.
Esa misma mañana todavía hacían planes para casarse, envueltos en caricias y palabras dulces. Bastó con que Amelia saliera un rato, recordara todo lo que habían pasado, y de pronto echara abajo todo lo que habían construido.
Si al menos se hubieran separado después de años de desgaste y peleas, él podría convencerse de que simplemente no eran el uno para el otro.
Pero no, lo que vivieron no fue así.
Después de todo ese amor, Amelia, de pronto, se apartó de él como si nada. Le dio esperanzas y después, sin aviso, lo apuñaló directo al corazón.
Al final, perdiendo la batalla contra sí mismo, pulsó la videollamada a Amelia.
Rufino, al darse cuenta, sintió que el corazón se le subía a la garganta. Corrió para detenerlo, pero ya era tarde. Amelia había respondido.
En la pantalla apareció la carita de Serena.
—¡Papá! —dijo la niña, muy emocionada al verlo—. Papá, papá.
Todavía masticaba algo; era claro que estaba comiendo.
Amelia no apareció en la pantalla.
—Serena, ¿están comiendo fuera? —preguntó Dorian, esforzándose por controlar la voz.
Serena asintió con la cabeza.
—Sí.
—¿Y tu mamá? —insistió Dorian.
Serena giró el teléfono, enfocando a Amelia.
—Aquí está.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Mi Frío Exmarido (Amelia y Dorian)