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Mi Frío Exmarido (Amelia y Dorian) romance Capítulo 1345

—Gracias, Sr. Ricardo —susurró Amelia, agradecida, mientras aprovechaba el refugio de la sombrilla para bajarse del carro.

Justo en ese momento, Dorian salió de la casa. Al levantar la vista, vio a Amelia descendiendo bajo el paraguas que sostenía Ricardo. Por un instante, sus pasos se detuvieron.

La noche estaba empapada por la lluvia. La sombrilla era pequeña, obligando a los dos a permanecer cerca. Ricardo era alto, de porte elegante y seguro. Amelia, a su lado, lucía delicada, casi como una avecilla buscando abrigo. La imagen, tan armónica, le atravesó el pecho a Dorian; sentía que el corazón se le desgarraba en mil pedazos.

Amelia no se percató de la presencia de Dorian y, sin perder la cortesía, se volvió hacia Ricardo para despedirse.

—Gracias por todo hoy, Sr. Ricardo. En cuanto termine de corregir la propuesta esta noche, se la mando a su correo.

—No hay prisa, puedes tomarte tu tiempo.

Ricardo la miró y notó que parte de su hombro quedaba fuera del paraguas. La lluvia empapaba su ropa, así que inclinó un poco más la sombrilla hacia ella. Además, extendió la mano, como si quisiera protegerla aún más del agua.

—Déjame acompañarte hasta la puerta, está lloviendo demasiado.

Amelia asintió.

—Le agradezco mucho, Sr. Ricardo.

Mientras avanzaban, ella esquivó, casi imperceptiblemente, la mano de Ricardo que buscaba protegerla.

Ricardo percibió el gesto, pero solo sonrió con comprensión, sin decir nada.

Amelia, al notar esa sonrisa, se sintió un poco incómoda y también esbozó una sonrisa nerviosa. Sin decir nada más, se dio la vuelta para caminar hacia la entrada, pero entonces se topó con la mirada de Dorian y se quedó quieta.

Dorian estaba parado bajo la lluvia, sosteniendo su propio paraguas con una sola mano. Nadie sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero la miraba en silencio, con el rostro impasible.

En Maristela, la lluvia de esa temporada traía consigo un aire helado. Dorian vestía un abrigo largo gris oscuro, con una camisa negra y una corbata del mismo tono. Parecía haber llegado directo del trabajo.

El viento húmedo agitaba su cabello oscuro, despeinándole algunos mechones sobre la frente y suavizando ligeramente sus facciones, que solían ser severas. Sin embargo, sus ojos, negros y profundos, parecían perderse en la oscuridad de la noche. No mostraban nada, ni enojo, ni tristeza, ni alegría.

Amelia fue descendiendo la mirada desde su rostro sereno hasta sus ojos impenetrables, y luego bajó hasta la mano con la que sostenía el paraguas.

Esa mano se aferraba con fuerza al mango negro, los tendones marcándose bajo la piel. Por un momento pareció tensarse, pero pronto se relajó.

La lluvia resbalaba por los bordes del paraguas, formando charcos oscuros a sus pies. Las gotas acumuladas en los radios del paraguas atrapaban la luz amarillenta del farol de la calle, como si hubieran atrapado una hilera de estrellas rotas.

El reloj de su muñeca destellaba bajo la luz, moviéndose suavemente cada vez que ajustaba el paraguas. En esa atmósfera húmeda, el reflejo era como una onda silenciosa en el aire.

El silencio entre los dos, con la lluvia y el viento como telón de fondo, hacía que la distancia se sintiera aún más abrumadora.

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