Capítulo 316
Rufino y Rafael se acercaron a ella y preocupados, preguntaron: “¿Qué pasó?”
Amelia finalmente se calmó un poco.
“Estoy bien“, dijo con voz suave, aunque todavía temblorosa y entrecortada, pero ya no tan alterada como antes.
“Tengo un problema en casa, tengo que ir a resolverlo, ustedes continúen la reunión.”
Después de esas rápidas palabras, se dio la vuelta y se fue.
Rufino y Rafael se miraron confundidos, pero ninguno estaba tranquilo.
Sin esperar a que Rufino dijera nada, Rafael dijo “Voy a ver qué le pasa” y salió detrás de ella.
Amelia corrió tropezando hacia el ascensor y pulsó todos los botones, pero o el ascensor se detenia en algún piso o estaba en la planta baja, o en un piso superior, todos requerian tiempo de espera.
No podía esperar, giró sobre sus talones y empujó la puerta de emergencia, empezando a bajar las escaleras rápidamente y con urgencia.
Cuando Rafael salió detrás de ella, ya no podia ver a Amelia, asi que la siguió escaleras abajo.
Después de colgar el teléfono con la policía, Dorian también bajó y al salir de los ascensores, vio de inmediato a Serena, que lo miraba ansiosa desde la entrada. Su corazón, que había estado en vilo, se relajó un poco, pero su rostro seguia tenso.
Serena también notó su poderosa presencia y se intimidó con su mirada,
“Señor bonito“, dijo con una voz tan débil y nerviosa como el zumbido de un mosquito.
Dorian pasó su tarjeta por el lector y se agachó frente a ella: “Serena, ¿saliste sola?”
La niña estaba asustada, frunció los labios y las lágrimas comenzaron a rodar en sus ojos, queria llorar pero no se atrevía, tampoco se atrevia a hablar.
Sin embargo, Dorian no se ablandó, solo la miró seriamente y le dijo: “¿Sabes que es muy peligroso hacer eso? Si te atropella un coche, te caes por accidente o un secuestrador te lleva para venderte en algún lugar remoto, ¿cómo vas a encontrar a tu mama? ¿Sabes cuánto se preocupa y se asusta tu mamá cuando desapareces?”
“Yo… yo…“, tartamudeó, sin poder hablar, las lágrimas en sus ojos se acumulaban cada vez más, pero no se atrevía a dejarlas caer.
Serena asintió tímidamente: “Si.”

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