Mi Matrimonio Inmediato con un Magnate romance Capítulo 1268

Resumo de Capítulo 1268 : Mi Matrimonio Inmediato con un Magnate

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Alberto tenía también un semblante sombrío. —Efectivamente así era.

En los últimos días habían hablado con Eduardo.

La terrible experiencia de esos tres largos años había transformado al Eduardo que solía disfrutar de las bromas en alguien completamente diferente.

Parte de ese drástico cambio se debía también al presidente Alejandro.

Alberto miró de reojo a Ana y, al ver su rostro pálido y preocupado, le dijo: —Con nuestra ayuda, Eduardo se recuperará cuando regrese. Tú puedes...

—No te preocupes. Hace tres años fuimos juntos al País de la Arena Blanca y enfrentamos algunas situaciones; estoy preparada para cualquier tipo de resultado,— respondió Ana con una leve sonrisa en los delicados labios.

Alberto y Cipriano intercambiaron significativas miradas.

Sabían muy bien de la fortaleza de Ana, pero temían que la actual situación de Eduardo pudiera hacerla recordar al presidente Alejandro.

Habían discutido en los últimos días y coincidían en que tal vez el presidente Alejandro había fallecido.

Pronto, el vuelo aterrizó.

Poco a poco, la gente comenzó a salir.

Muchos encontraron a las personas que esperaban.

Ellos continuaban ansiosos esperando.

¿Qué gran evento no habían presenciado ya Cipriano y Alberto? Sin embargo, mientras esperaban con grandes ansias, el sudor cubría las palmas de sus manos.

De reojo, vieron a Ana, quien, a diferencia de su propia tensión, parecía estar serena.

Justo en ese momento, tres personas salieron juntas.

Al principio, Ana no reconoció a nadie.

Porque Eduardo, uno de los tres, estaba demasiado delgado.

Llevaba una mascarilla que cubría su demacrado rostro, pero las cicatrices en su frente eran visibles, y sus ojos permanecían bajos, evitando de esta manera el contacto visual.

Los dos acompañantes de Eduardo eran un psicólogo y un guardaespaldas.

Cuando Cipriano y Alberto vieron a Eduardo, sus ojos se llenaron de lágrimas.

Aquí, nadie podría volver a herirte Eduardo.

Y él, a su vez, encontraría de nuevo la confianza que había perdido.

Al oír la voz de Ana, Eduardo giró con brusquedad hacia ella, sus ojos se agrandaron y se enrojecieron rápidamente. Sus manos, agitadas, se cerraron en puños de pocos amigos.

Mirando a Ana, repetía sin cesar, —Lo siento, lo siento, lo siento.

Se culpaba por no haber protegido al presidente Alejandro, por no haber regresado con él; no se sentía digno de haber sido su asistente especial.

De repente, en ese instante Eduardo parecía estar atrapado en un ciclo de desesperación.

Repetía esas palabras una y otra vez.

Ana cambió de expresión y dijo: —Escúchame muy bien, no tienes que disculparte con nadie, ya sabemos lo que ocurrió.

—Eduardo, míranos,— dijo Cipriano, su rostro se tensó un poco, pero se calmó en unos pocos segundos, tratando de consolar a Eduardo.

Pero era como si Eduardo se hubiera encerrado en una pequeña cabaña de la que nadie podía entrar, repitiendo una y otra vez esas palabras.

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