Mi Matrimonio Inmediato con un Magnate romance Capítulo 29

Para sorpresa de todos, Ana no solo no parecía afectada, sino que incluso irradiaba una nueva y enigmática aura.

El gerente y los presentes no entendían la situación.

¿Acaso se conocían?

Ana, sin prestar atención a las demás, se dirigió al gerente, —Soy su hija y creo que estas dos mujeres están intentando perjudicar a mi madre a propósito. Si no llaman a la policía, lo haré yo.

—No llamen a la policía. ¿Se conocen entre ustedes? Tal vez haya un malentendido. Si se sientan a hablar, podemos resolverlo sin involucrar a la policía, lo que solo complicaría las cosas. —dijo el gerente rápidamente, tratando de mediar.

Laura, con una expresión severa, miró fijamente a Ana y preguntó, —¿No sabes quién es tu verdadera madre? ¿Vas a llamar a la policía para perjudicar a tu propia madre? No te he visto en unos días y ya estás más irrespetuosa y maleducada que antes.

—La sangre no lo es todo. El agradecimiento por criarme es más importante. ¿Acaso piensas en el comportamiento indignante de Carmen cuando hablas de mí? Ella está acusando falsamente a su propia madre biológica. ¿En qué se diferencia eso de ser una criminal? —respondió Ana con una sonrisa irónica.

—¿Qué estás diciendo? ¡No compares a mi mamá con ella! ¿Estás intentando romper mi relación con mi madre? —gritó Carmen, sorprendida por la audacia de Ana.

No iba a aceptar a Elena como su madre.

Enfurecida, caminó hacia Ana con sus tacones altos y levantó la mano para golpearla.

—¡Ana! —gritó Elena alarmada.

Ana agarró la mano de Carmen y, con un movimiento rápido, la volteó, derribándola al suelo.

Con la rodilla presionando el abdomen de Carmen, la inmovilizó por completo.

Sólo pudo patear las piernas para resistir.

En la secundaria, Elena le prohibió pelearse, y Ana obedeció. Sin embargo, en su juventud, Ana había aprendido sobre los puntos de presión del cuerpo y sabía cómo golpear sin dejar marcas visibles, causando un dolor intenso sin heridas aparentes.

Para los demás, el llanto de Carmen parecía exagerado, pero para Elena, era completamente comprensible.

De repente, una voz fría y autoritaria resonó desde la puerta, —¿Qué está pasando aquí?

Todos en la oficina miraron hacia la puerta.

Carmen, al ver al hombre, se cubrió el rostro, avergonzada.

Ana, sorprendida, reconoció al recién llegado. '¿Alejandro?'

'¿Qué haces aquí?'