Resultó que tenía razón lo que le preocupaba a Doria.
En el instante en que llamaron la puerta, ella empujó con la mayor fuerza al hombre de sobre su cuerpo y de inmediato se sentó en el sofá.
Y al mismo tiempo, se abrió también la puerta de la oficina.
Llegó la voz de Claudia.
—Doria, …
Apenas ella iba a hablar de algo, vio sentarse en el sofá a ella en ropa desordenada, y las mejillas enrojecidas.
Y frente a ella, el hombre se quedó sedente sobre el suelo, una de cuyas piernas largas estaba doblada, y la otra se tendió casualmente. Al mirar hacia Claudia, él se lamió los labios.
De pronto Claudia sintió la señal de peligro, así se precipitó a cerrar la puerta y dijo rápido:
—¿Eh?, qué raro, ¿por qué no hay gente aquí?
Doria se avergonzó sin decir nada.
Era muy irrazonable.
Después de cerrarse la puerta, Édgar miró a Doria, y su voz era muy baja.
—¿Continuamos?
Doria se puso en pie con un poco de infelicidad.
—¡Por favor! Voy a trabajar.
Fue a sentarse frente al ordenador, presionó el botón de encendido y luego sacó el espejito para retocarse el maquillaje. Pero tan pronto como vio a sí misma en el espejito, ¡querría tanto rajar al instante a ese hombre!
Ahora entendió por qué era tan extraña la expresión cuando Claudia los vio por la primera vista.
Se apresuró a ordenar bien la ropa, luego limpió el lápiz labial alrededor de las comisuras de boca con una servilleta y se maquilló de nuevo.
Édgar, sentado en la caja fuerte detrás de ella, tomó el brazo de la butaca girando para que ella se encarara con él.
—¿Qué tipo de trabajo ocupa tanto tu tiempo que incluso no puedes acompañarme?
Doria dejó el pintalabios en su mano.
—Claro que ocupada, si yo no hago más esfuerzos, los demás volverán a decir que puedo conseguir todo lo de hoy gracias a ti.
Él enarcó las cejas.
—¿No es bueno así? Con tal de que quieras, estoy dispuesto a darte todo que tengo.
—Gracias, pero yo no lo quiero.
Doria se movió intentando girar la butaca, pero Édgar no contó con la intención de soltar la mano.
Ella tomó una respiración. Olvídalo.
Le preguntó Doria:
—¿Has tomado el desayuno?
—Aún no.
Así ella dijo seriamente:
—Pues acuéstate en el sofá un ratito para dormir, te pediré una comida para llevar y la entregarán muy rápido.
Édgar no le contestó.
Viendo apretar levemente los labios a él, Doria no se pudo contenerse de sonreír.
—Te mentí. Yo tampoco comí nada, vamos afuera juntos a desayunar.
Con la vista clavada en ella, los ojos azules de Édgar se le entrecerraron.
—¿Más valiente eres que antes?
Notando que él quería hacer algo más, ella lo evitó rápidamente y se levantó de la silla con una tos.
—¡Ya, ya! Vámonos, tengo hambre.
Antes de salir de la oficina, Doria examinó una y otra vez si aún podía verse algo raro en sí misma.
Cuando se fue, habían venido unos clientes aquí, y las chicas empezaron a trabajar de manera normal, pero Claudia había salido.
Doria adivinó que ella debería haber ido a lo vecino.
En el camino, Édgar le preguntó:
—¿Te buscó Rivera?
Ella asintió ligeramente con la cabeza.
—Él hizo un trato conmigo. Y solo me dará la mitad de las fincas que solicité.
Édgar dijo levemente :
—Está en línea con el estilo de ese viejo zorro.
—Pero le pedí para dejar que Briana se disculpara con Ismael.
—¿Lo aceptó?
Dijo ella:
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