—Jean ¿Acaso te has vuelto loco? Si papá se llega a enterar de lo que pretendes hacer, allí si te va a desheredar. ¡Hasta a mí!
—No te amargues… todo va a salir bien.
—Dudo que sea una buena idea.
Adrien negaba mientras manejaba, llevaba los auriculares en el oído mientras conversaba con su hermano que iba delante de él.
Después de la cena, Jean y Antonie volvieron a discutir de lo mismo. Así que el rubio le dijo a su padre que se casaría, accedería a su maldito capricho.
—Muy bien papá, quieres que me case. ¡Lo haré! Me casare, si es lo que te hará feliz lo voy hacer.
—¡Bien! Le grita el viejo. —Hablare con el padre de Adelaine y…
—¡Oh, no! Le suelta. —Ya que esto será un matrimonio arreglado, yo voy a elegir a mi esposa.
—¡Jean! Adrien pone una mano en su hombro. —¿Qué haces?
—Muy bien muchacho. ¿Qué mujer vas a elegir? Espero que sea una chica de buena clase.
—¡Oh, sí! Claro que será de buena clase papá. Ya estarás enterado de ello.
Luego de aquella ofuscada discusión los hermanos salieron de la casa. Jean no le dijo nada a Adrien, pero éste no se esperó para que su hermano hablara. En segundos de estar en la vía lo llamo.
—Confía en tu hermano, se lo que hago.
Jean le cortó la llamada y aceleró el coche, lo más que le permitía el motor. Adrien hizo lo propio detrás él.
[...]
Las chicas tomaron su abrigo y bolsos para abandonar el bar, esa noche ninguna de las dos había tenido nada de suerte con las propinas. Las demás chicas ganaban más porque se dejaban tocar, pero ellas no lo permitían y por ese gran detalle no ganaban dinero extra.
El pago mensual estaba muy lejos, y la presión de ser expulsadas de su casa estaba latente.
—Maya.
—No digas nada. Saldremos de esta.
Las chicas salieron a la calle justo en el momento que un Mustang GT negro aparcaba ante ellas bruscamente.
Ellas se detuvieron en el acto por el asalto, segundos después una camioneta negra se estacionaba detrás de este coche. Como una película de acción, de ambos coches se bajan los Dubois.
El corazón de Zoé explotó en ese instante, mientras que sentía un fuerte apretón de manos por parte de su amiga. La castaña se preguntó, ¿Que estaba haciendo en el bar? Después de tantos días.
—¡Hola chicas! Dice Jean con expresión calmada.
—¡Maya! Adrien mira a la morena.
—¿Qué hacen aquí? La castaña pregunta.
—Necesito hablar contigo. Le dice Jean serio.
—Nosotros no tenemos nada de qué hablar.
—Es importante. Le dice con arrogancia.
—Vamos Maya.
Está hala a su amiga, quien no parecía querer irse. Pero no le tocó de otra que obedecer. Las chicas emprendieron la marcha a casa.
—Zoé, esto es importante. Te conviene.
—¡No me importa! Le grita.
—Zoé, quizás debamos escuchar lo que tiene que decir ¿No crees?
—No.
—No estamos en condiciones de rechazar un trabajo o algo.
—No. Le dijo con firmeza.
Jean suspiro viendo como Zoé se marchaba, definitivamente ella era muy especial. Mira que seguir rechazándolo. Amusgo los ojos, conseguiría lo que quería.
—¿Qué vamos hacer?
—Seguirlas.
Ambos se subieron al coche y las siguieron. Jean bajo la ventana para hablar con ella mientras caminaba por la acera.
—Zoé, hace frío. Sube al coche y te llevo a casa.
—¡No! Déjame en paz. Pensé que no te vería de nuevo.
—Necesito que hablemos, sobre negocios.
—No tengo dinero para invertir contigo. Así que no tenemos negocios que discutir.
—No seas cabezota. Sube al maldito coche.
La chica se detiene y pone las manos en jarras. Frunce el ceño.
—¿Qué coño te pasa? No entiendes que quiero que me dejes en paz.
Jean harto de su actitud infantil. Se bajó del coche, la tomo por la cadera cargándosela al hombro.
—¡Bájame! Maldito infeliz… ¿Qué crees que haces? Le grita dando patadas.
—Maya, ve con mi hermano por favor.
—Eh, S-si…
—¡Maya! ¡Mayaaaaaaa! Le grita al verla correr al coche de Adrien.
El francés mete a Zoé en el automóvil y luego se mete él. Ella empieza a golpearlo pero no parecía molestarle. Arrancó el coche y condujo en silencio.
Zoé al ver que no conseguiría nada de él, se sentó recta con los brazos cruzados.
Al fin llegaron al apartamento, dentro del coche de Jean se respiraba tensión. En cuanto el francés apagó el coche, Zoé salió corriendo del vehículo.
—¡Zoé! Maldita sea. Dice bajándose rápido para ir detrás de ella.
Ella entró casi que corriendo por las escaleras, detrás de ellos dos le seguía Adrien y Maya en silencio. Eran un poco más civilizados.
—¡Zoé! Joder espera…
Cuando éste subió el último peldaño, se fijó que ella estaba de pie ante unas cuántas maletas delate de la puerta de su casa.
—¿Qué es esto? Dice ella.
—¿Son sus cosas? Pregunta Jean.
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