-¡Ven! -
Viéndola con esa expresión tan inocente, Mateo se enfadó aún más.
-Mateo, ¿de dónde te viene tanto coraje? -Eduardo frunció el ceño.
-Estoy de mal humor, así que será mejor que no me provoques -
Mateo estaba agotado de paciencia, por lo que todo el mundo era desagradable a sus ojos.
Eduardo quería decir algo, pero fue detenido por Rosaría.
-Sé bueno, entra para jugar -
-Mamá, no lo mimes demasiado. Los hombres no deben gritar a las mujeres -
Esas palabras las dijo Eduardo en una voz suficiente alta para que Mateo las también pudiera oír con claridad.
Mateo estaba a punto de morir de ira.
¿Qué estaba haciendo ese niño?
Al verlo así, Rosaría se apresuró a decirle a Eduardo -¿De qué estás hablando ante tu padre? Vete a tu habitación y reflexiona sobre lo que has hecho mal -
Sabiendo que su madre lo estaba defendiendo, Eduardo se rindió y se limitó a seguir en voz baja -Si te hace daño, grita. Están allí mis abuelos, ¿cómo se atrevería a dañarte ante ellos? -
Esas palabras le casi le dio risas a Rosaría.
¿Por qué sintió que frente a Eduardo, ella, siendo su madre, era como una niña, mientras que su hijo hablaba como si fuera un adulto?
-Lo veo. Date prisa y vete ya -
Cuando vio desaparecer a Eduardo, Rosaría dejó el mango que sostenía, se lavó la mano y subió.
Viéndola caminando sin prisa, Mateo ya descubrió que ella no tenía nada que ver. Sin embargo, en su interior, se molestaba por su actitud indiferente.
-¿Es lo que debería hacer una esposa? ¿Acaso no me ves herido? ¿Por qué no me cuidas? -
Al verla acercarse, Mateo le habló en un tono mucho menos agresivo.
A los ojos de Rosaría, Mateo era como un niño enfadado. Con él, no se jugaba nada.
-Realmente quería vendarte, pero no me lo dejaste. Ni siquiera lo dejaste hacer a su querida hija, ¿cómo me atrevería a hacerlo yo? -
Mateo no supo qué contestar.
Finalmente, dijo enojado -¡Me duele! ¡Date prisa! ¿Quieres que me permanezca la cicatriz o qué? -
-No te preocupes, a los hombres no les importa eso. Además, no tienes que ser guapo para seguir siendo un señor -
Pese a lo que decía, Rosaría sacó un botiquín y empezó a vendarle la herida.
Sus movimientos eran muy suaves, y en su mirada se veía algo de afecto y cariño.
De repente, Mateo se calmó.
-¿A cuántas personas has vendado? -
Mateo no pudo evitar preguntar.
Finalizadas las palabras, se arrepintió.
¿Qué estaba pasando con él?
¿Por qué siempre estaba pensando en esa foto?
Rosaría se paró y pensó un buen rato antes de contestar -Tres, más o menos -
-¿Tres? -
Mateo levantó la voz y le dio un gran asusto a Rosaría.
-¿Qué pasa? Se lo he hecho a mi padre, a ti, y también a un niño que salvé de pequeña -
Escuchando esa contesta, Mateo se alivió.
-Bueno -
A Rosaría le daba una sensación extraña el Mateo de hoy.
-¿Qué te pasa? -
-Nada -
Luego, continuó en voz baja -¿Qué niño? No lo sabía -
-Eso fue hace mucho tiempo. Casi se me ha olvido. Lo recordé cuando alguien me lo mencionó -
Aunque Rosaría no dijo quién era, Mateo lo adivinó por la expresión seria en el rostro de su mujer.
¿Era Víctor?
Siguió pensando, pero no se lo preguntó directamente.
-¿Entonces, salvaste a alguien de pequeña? ¡Qué niña más valiente! -
-Eso es. Pero lo hice por una simple casualidad. Salvé a un niño en un almacén en las afueras de la ciudad, luego hubo una explotación allí y me asusté tanto que, cuando volví, no me atreví a salir de casa hasta que mi papá me dijo que todo había pasado -
Rosaría se lo explicó con brevedad, así que Mateo lo entendió.
En aquel entonces, todos, él incluido, sabían lo que le pasaba a Víctor. Pero no estaba enterado de que fue su esposa el que lo salvó.
No era de extrañar que a Víctor le gustara tanto.
No obstante, pensando en eso, Mateo se volvió celoso.
-Aléjate de Víctor -
-¿Cómo podría seguir en contacto con él? Mira lo que le ha hecho a Lidia. Incluso sigue creyendo que tiene razón. ¡No lo perdonaré! -
Rosaría se puso un poco triste, pero al recordar a Mario y Lidia juntos, le cogió a Mateo de la mano y le dijo -¿Sabes que Mario y Lidia han hecho la paz? -
-Sí -
En realidad, a Mateo no le interesaba lo que pasaba entre esos dos, pero viendo la sonrisa de Rosaría, él también se alegró de nuevo.
-No digas lo de las personas ajenas. Préstame la atención a mí, sigo herido -
Mateo se quejó.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡No huyas, mi amor!