Lo observo fijamente y es como ver una cortina deslizarse que me hace cuestionarme ¿Por qué me niego a que estemos juntos? ¿Por qué me castigo?
—Pero yo pongo la estrella de mi árbol de navidad—termino por decir.
—Concedido, yo te ayudo a llegar a ella— arremanga su camisa hasta sus antebrazos y yo observo el movimiento.
—Ten cuidado con tu mano.
—Elisabeth, voy a terapia, está bien. Moverla me ayudará, aunque hay un ejercicio con el índice y pulgar que me ayudaría a ser más ágil—sonríe de costado y entrecierro mis ojos.
—No hables de sexo.
—Yo no dije nada de sexo, creo que estás sensible.
—Ya, claro. Solo cuida de tu mano, por favor.
Tomo una caja de adornos y le digo que me siga hacia mis ventanas frontales. Le doy indicaciones de lo que quiero y me enloquece que todo lo que hace es sonreír mientras me escucha. En un principio trabajamos en silencio, hasta que él habla.
—Así que...
— ¿Qué?
— ¿Cómo lo llevas?
— ¿El qué? —me alzo sobre las puntas de mi pies para alcanzar a donde quiero.
—La abstinencia. Antes podía vivir sin el sexo, no era importante. Pero ahora solo pienso en nosotros y cuánto lo extraño.
Me paralizo y luego caigo en mis pies para voltear a verlo, está sonriendo.
Sacudo mi cabeza.
— ¿Cuándo aprendiste a jugar sucio?
—En el amor todo se vale. No has respondido a mi pregunta.
—Sí, extraño el sexo.
—Conmigo.
—Pero no es en lo que enfoco mis pensamientos.
Nos movemos hacia el lugar donde pretendo instalar mi árbol de navidad y comenzamos a con la tarea de armarlo porque es artificial, de esa manera me evito ir por uno cada año, porque yo sé que lo olvidaría.
— ¿Has leído mi borrador?
—Soy una lectora lenta, pero he estado leyéndolo.
— ¿Y? —pregunta luego de un silencio.
—Debes esperar a que lo termine.
Continuamos con el árbol de navidad, admito que decorarlo junto a Paul se siente bien y es divertido. Por alguna razón él hoy parece ser el señor de las preguntas y sonríe tanto que es difícil no sonreírle de regreso.
Mi casa poco a poco se torna a colorida y se escuchan nuestras risas, extrañamente nos mantenemos conversando. Él me cuenta de sus terapias, el cómo todo el desastre le hizo publicidad y si antes sus libros volaban ahora desaparecen en segundos. Sonrío cuando me dice que no dejan de llegarle invitaciones de entrevistas y me divierte escuchar que las ha rechazado tal como lo hizo conmigo, aunque le hago asegurarme que no haya sido grosero como lo fue conmigo.
— ¿Qué hay de ti? ¿Cómo va todo lo del trabajo?
—Lo sabes todo porque Sabrina te lo dijo.
—Pero me encantaría escucharlo de ti.
—Empezamos en enero y estoy muy entusiasmada. Andrea se unirá a nosotros un par de veces por semana y hay un chico nuevo que pronto conoceremos. Estamos todos muy entusiasmados, el programa me ha hecho mucha falta.
—Apuesto a que todos extrañan verte en sus televisores.
—Sí, solo imagina a todos esos tipos que se masturbaban mientras me veían, los he dejado sin material—comento y él abre la boca, río.
— ¿Estás de broma, verdad?
—Bueno, eso espero, no quiero pensar en que eso sea siquiera posible.
—Sí, yo tampoco quiero pensar en extraños haciendo sus cosas con la imagen de mi novia.
Ni siquiera pierdo tiempo en corregirlo mientras cuelgo un adorno en el árbol, no me pierdo su sonrisa de satisfacción y todo en mi interior se vuelve un desastre.
—Solo falta la estrella—comunico mientras arrastro una silla y subo. Siento un brazo envolverse alrededor de mi cintura— ¿Qué haces?
—Ayudo a que no te caigas.
—Ya, pero mi culo está prácticamente en tu cara.
—Y no me estoy quejando. Solo cuido de tu bienestar.
—Tan amable ¿Puedes alcanzar la estrella por mí? —Estira su mano y la toma, sonrío porque eso demuestra que sí, su mano no es la misma y es un tanto difícil movilizar dos de sus dedos, pero eso no hace su vida incompleta o diferente—. Gracias, Paul.
Llevo la estrella hacia la punta del árbol y él aprieta su agarre alrededor de mi cintura, siento su barbilla descansar en mi espalda baja.
—Tal vez podríamos pedir un deseo. Un deseo de navidad adelantado.
— ¿Existe eso?
—Podemos hacer que exista—murmura y siento su aliento contra mi piel porque la camisa se alza un poco.
—Está bien, piensa tu deseo.
—Yo ya sé lo que quiero.
Bajo la vista para encontrarme con su mirada, me sonríe porque me ha regalado muchas sonrisas el día de hoy. Giro y dejo la estrella en la cima de mi árbol de navidad deseando de aquí en adelante volver a mi camino siempre que crea que me paralizo y me salgo de él.
Yo también sé lo que quiero.
—Listo, ya voy a bajar. Puedes quitar tu agarre de muerte.
Bajo de la silla y veo toda la maravilla de decoración de mi casa, no es perfecta y hay un montón de colores, pero me encanta, se ve llena de vida.
Me giro sin poder esconder mi sonrisa hacia Paul.
»Me encanta, es perfecto. Muchas gracias por ayudarme, pensé que lo haría sola, pero hacerlo acompañada ha estado mucho mejor.
— ¿Acompañada o conmigo? —presiona enarcando una de sus cejas.
—Empujas mucho tu suerte.
— ¿Sabías que conozco a Ashton Bratter?
—Yo también.
—Ah, pero tú no lo viste con su novia ni conversaste con él en la editorial—lo miro incrédula porque casi parece que quiere picarme—. La cosa es que Ashton dijo algo bien interesante.
— ¿Qué sería eso?
—Que a él no lo mueve la suerte, lo mueve el éxito. Y tiene razón, no se trata de tener suerte, se trata de buscar el éxito.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: No más palabras