Se encarga de abrir la puerta y como un pequeño caballero me deja entrar primero, tiene que tratarse de eso porque no hay oportunidad de que vea mi culo cuando está cubierto por mi abrigo. Le doy una sonrisa real porque decido que me agrada este adolescente moreno de ojos marrones y sonrisa aniñada. Asumo que tiene 15 o 16 años y luce como un buen chico.
Me guía hasta el ascensor y entra conmigo.
— ¿Cuál es tu nombre?
—Michael.
—Mucho gusto Michael, yo soy Elisabeth.
— ¿Eres la presentadora del programa?
—Sí.
—Te reconocí por tus ojos, nunca vi unos ojos marrones tan impresionantes. Parecen tener dorados y brillar.
Bueno, lo próximo que sé es que va acusarme de ser un Cullen.
—Pero no puedes decirle a alguien que me viste acá. Me gusta la privacidad.
—Claro, a Pau también le gusta que respeten su privacidad— el ascensor se detiene y él me sonríe—. Este es su piso, apartamento 2C, ala izquierda.
Fue un placer conocerla.
—El placer ha sido mío—beso su mejilla y creo que suspira—; que tengas una buena noche y dulces sueños.
—Seguro.
Salgo del ascensor y suspiro. Me giro y camino hacia el ala izquierda, me detengo frente a la puerta que con bordes dorado anuncia "2C", me inclino y presiono mi oreja contra la fría puerta blanca. Algo de música se escucha, así que todavía está despierto.
Reviso mi celular pero me temo que nunca respondió mi correo, es una suerte haber dado con Michael, o quizás no. Si soy honesta conmigo misma no debería estar aquí, pero lo hecho, hecho está.
Doy un paso hacia atrás, peino mi cabello con mis dedos y presiono el timbre. Pasan largos segundos que seguramente se transforman en minutos y entonces lo intento de nuevo. Cuando me atrevo a ir por el tercer intento la puerta se abre sobresaltándome.
—No soy sordo señorita Cortés— me señala con la copa que tiene en su mano—. Y tampoco ciego, por lo que asumiré que esta no es una alucinación y usted se encuentra justo frente a mi puerta.
—Bastante inteligente señalar lo obvio... Paul.
— ¿Nueva tregua?
—Pensé que coincidíamos con que las formalidades para el correo.
—Eso tiene sentido, Elisabeth.
Da un sorbo a lo que luce como vino mientras me observa de arriba abajo con lentitud, no es que pueda ver gran cosa cuando llevo puesto el abrigo y no es que desee que me vea tampoco, por supuesto que no.
Cuando su mirada vuelve a mi rostro, sonríe levemente.
—Puedo ver tus pecas.
—Veo que eso te trae felicidad.
—Me da satisfacción.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: No más palabras